Call me fifí… y la posverdad de AMLO
Leo en el Diccionario de la lengua española, de la Real Academia Española (vigésima tercera edición, diciembre de 2017): “Posverdad. De pos- y verdad, trad. del ingl. post-truth. 1. f. Distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales. Los demagogos son maestros de la posverdad”.
Ahora que se cumplen 50 años del 68, platicaba con amigos sobre los años 60, cuando el PRI era un partido de Estado: los periodistas críticos eran vistos por los hombres del régimen como gente hostil, subversiva, peligrosa. Y, claro, como tipos mentirosos. Tal cual. Así lo narran y narraron quienes ejercieron el oficio entonces. Ahí está la hemeroteca, para los más jóvenes.
Había notables esfuerzos para ejercer un periodismo digno, crítico, pero la mayoría de los medios tenía que plegarse ante el poder omnímodo de los presidentes de la República y de sus numerosos replicantes, dispersos a lo largo y ancho de todo el país en forma de presidentes municipales, gobernadores, o caciques regionales.
El único periodista viable era el periodista de hinojos. El que no cuestionaba las decisiones de los poderes políticos y económicos, el que “no incendia llanuras” o “no atiza fuegos”. En los 70 ocurría igual. Y en los 80 y 90, también. A lo largo del priato hubo censuras, cierres de medios, despojos, prisión, exilios y muertos (urge un buen recuento). La intolerancia a la crítica, las náuseas por ésta, fue el sello del sistema.
Poco a poco se fueron conquistando espacios de libertad a través de crónicas, entrevistas, reportajes, cartones, editoriales, columnas, fotos y primeras planas.
Hoy, resulta anonadante que servidores y fanáticos del Presidente electo olviden que muchos periodistas provenimos de la crítica, no de las zalamerías; que estamos hechos en el cuestionamiento permanente, porque esa es nuestra labor de periodistas: no somos ni voceros de ningún poder ni activistas sociales de ningún movimiento.
¿Por qué olvidan (súbitos y convenientes ataques de alzhéimer político) que igual criticábamos (mi caso y el de mis ancestros y el de varios colegas) las arbitrariedades de todos los gobiernos priistas, desde Gustavo Díaz Ordaz hasta Ernesto Zedillo (con todo lo que eso provocó en despojos, cárceles, exilios), que los abusos de los panistas Vicente Fox y Felipe Calderón, y no se diga los excesos de Enrique Peña Nieto?
¿Qué pretenden ahora los hombres y mujeres de Andrés Manuel López Obrador? ¿Qué nos postremos de hinojos ante su tlatoani? ¿Que dejemos de ser críticos y renunciemos a nuestra labor periodística para que sirvamos (en calidad de qué) a la cuarta transformación? ¿Por qué? Esa pretensión es despótica, por no decir fascista.
Si quieren construir exaltadas narrativas, sus posverdades, adelante. Y si desean llamarnos fifís, porque así se sienten plenos, igual que los priistas llenaban de epítetos a los periodistas incómodos y algunos panistas y perredistas también, venga, pero no dejaremos el periodismo. Yo, mientras no quiera, no. Y muchos otros colegas, tampoco.
Lo demás, la calidad de nuestro trabajo, es cosa de lectores y televidentes… M