Milenio

UN MÚSICO QUE ERA PURO FUEGO

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El puertorriq­ueño Jerry González era puro fuego. De mirada intensa, lo mismo en la trompeta que en las congas se entregaba a la música como un poseso. Solo pensaba en música. En 2003 lo encontré en un hotel de Ciudad de México desesperad­o porque su reproducto­r de discos compactos no tenía pilas y no podía compartirn­os su grabación más reciente. Las compramos en Sanborns y la entrevista estuvo salpicada de comentario­s continuos sobre la música mientras Paola García encontraba a un modelo fotográfic­amente fascinante.

En los noventa, su actuación en un festival de jazz en Acapulco con su Fort Apache Band tocando versiones de la música de Monk en rumba, resultó incendiari­a. Años después, explicaría su pasión por Monk: “Me encanta su música, tiene un gran sentido del humor y tiene muchos trucos rítmicos. Cada pieza de Monk que tocas es como un mapa, como un crucigrama y si lo resuelves, cada una te enseña algo”.

Jerry agregó su impronta al universo monkiano y luego se acercó al flamenco, con tanta ahínco que se fue a vivir a España. En nuestra entrevista refería: “He decidido seguir en lo mío y he pagado un alto precio por ello, los tiempos difíciles no han pasado”, indicaba en relación al aspecto monetario, aunque entusiasma­do por su trabajo con su grupo Los Piratas del Flamenco.

Para González, formado en la música latina y el jazz, todo consistía en “llevar la música al terreno de la improvisac­ión, ya sea Bird, Coltrane, Camarón o Los Muñequitos de Matanzas. Tengo una idea clara de las cosas que quiero y trato de hacerlas funcionar. Hay gente que intenta hacer algo así pero no funciona porque realmente no tienen la esencia, además de que muchas de esas cosas tienen más que ver con el pop. Si fuera un ídolo pop haría algo de dinero, pero quiero mantener mi dignidad y seguir haciendo las cosas a mi modo”.

El fuego de Jerry se apagó: el lunes pasado murió a los 69 años por intoxicaci­ón al inhalar humo en un incendio en su domicilio en el barrio de Lavapiés en Madrid. Siempre recordaré su trompeta y sus congas, por supuesto, pero también su buen humor. Aquella ocasión Jerry contaba que cuando empezó a tocar con Diego El Cigala los flamencos lo veían con suspicacia. Con su irresistib­le sentido del humor relataba: “Allí está su familia y todos se me quedan viendo como preguntánd­ose: ‘¿Quién es este cabrón?’ Y yo, tranquilo, los saludo, tratando de ser amable. Esperan a ver qué carajos hago y cuando empiezo a tocar fruncen el ceño y antes de que te des cuenta rompen en una sonrisa y dicen: ‘Sí’, y yo pienso: ‘Vaya, ya me aceptaron’”. m

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Jerry González falleció por intoxicaci­ón el lunes pasado en su casa en Madrid.

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