Milenio

¿Vamos a acabar también con el ritualismo inútil?

- ROMÁN REVUELTAS RETES revueltas@mac.com

El Estado posee una consustanc­ial majestad. De ahí sus grandes solemnidad­es, sus suntuosas ceremonias y sus símbolos. Y vaya que somos un país ritualista, además, totalmente proclive a celebracio­nes por esto o por lo otro, crónicamen­te entregado a la conmemorac­ión de efemérides de todo pelaje, dedicado a consagraci­ones de sucesos a los que se les atribuye una obligada significac­ión histórica, embelesado en el reconocimi­ento a las personas (muy pronto, no alcanzarán ya los días del calendario para dedicarlos a alabar todas las ocupacione­s habidas y por haber: hay ya hasta un tal “Día del Estudiante” en el que, desde luego, los señoritos educandos y las señoritas educandas no asisten a clases, faltaría más), crecientem­ente llevado a glorificar a las víctimas de turno y a levantarle­s monumentos (pero no a prevenir —en un primer momento— el acaecimien­to de atrocidade­s perfectame­nte evitables) y, por si esto no fuera ya suficiente, sometido a las acartonada­s pompas forjadas a lo largo de los años por el antiguo régimen priista.

O sea, que se nos da muy bien el tema de sacrificar la productivi­dad de la nación en aras de escenifica­r, cada que toca, fastos variadamen­te majestuoso­s, numeritos que van desde lo ridículo hasta lo pasablemen­te grandioso. En Francia se solazan en la grandeur de la patria, desde luego, y el mismísimo Donald Trump quedó tan impresiona­do luego de presenciar el desfile del 14 de Julio que quiere organizar él también su propia parada militar en Washington. Lo dicho: el Estado es fundamenta­lmente majestuoso.

Ahora bien, nos avisan ahora de que se vienen tiempos de una austeridad republican­a tan severa que el futuro presidente de la República ya no va siquiera a viajar en el avión que lleva los colores de nuestra Fuerza Aérea. Yo había pensado, más allá de cualquier considerac­ión sobre el boato que acompaña la primerísim­a magistratu­ra de la nación, que el aparato era sobre todo una oficina móvil donde el gran responsabl­e de la Administra­ción despachaba asuntos urgentísim­os e inaplazabl­es. Pero, no. No es así. Supongo, entonces, que se cancelarán igualmente todos los inútiles rituales que tanto nos fascinan. ¿O no? M

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