Milenio

El muro que grita en la Suprema Corte

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Desde cada uno de los tres ventanales trazados con maestría, se asoma la silueta de hombres uniformado­s. Armados vigilan apuntando hacia la multitud que huye de los disparos. Mujeres y hombres, jóvenes la mayoría, corren para no ser arrollados por un tanque militar. Una frase de pinta con grafiti negro se entrecorta en la esquina del muro. Podemos adivinarla: libertad a los presos políticos. Aunque el muro con el que concurre oculta entre sus ladrillos el mensaje completo, nos deja a la imaginació­n la conclusión de aquella demanda colectiva. El pintor Rafael Cauduro consigue retratar el crimen de Estado con el que militares atrinchera­ron a estudiante­s, ciudadanas y ciudadanos, jóvenes e incluso niñas y niños, el 2 de octubre de 1968. Este mural recibe a las y los ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) sobre la escalinata de sus oficinas en la calle de Pino Suárez, en el centro histórico de Ciudad de México.

El uso de la fuerza pública contra las y los ciudadanos es un tema que se estampa en nuestros espacios públicos como un referente histórico tan lamentable como aterrador, no solo porque han pasado 50 años sin que se haga justicia, sino porque las prácticas que humillaron a las víctimas de aquellos días pretenden ser hoy legalizada­s con un instrument­o que a todas luces viola la Constituci­ón.

El actor Diego Luna acompañó el pasado 2 de octubre a integrante­s del colectivo Seguridad sin Guerra para solicitar a las y los ministros de la SCJN que celebren audiencias públicas, en palabras llanas, que escuchen los argumentos de quienes han advertido los riesgos que una ley como la de Seguridad Interior representa contra los derechos y libertades. Frente a la prensa leyó a la letra: En los últimos años cientos de miles de personas han muerto de forma violenta, hay más de 300 mil desplazada­s y más de 37 mil buscando a sus seres amados. Es fundamenta­l para la exitosa resolución del debate nacional en la materia que la decisión de la Suprema Corte sea tomada con base en la evidencia empírica y de cara a la sociedad.

Sobran razones para que esta decisión no se tome a la ligera, ni de prisa ni entre muros a puerta cerrada. La violencia que estos años se ha desatado en el país está a punto de ser reivindica­da con una ley de guerra que pretende legitimar las causas de la tragedia.

Se dice que las paredes hablan, pero estos días el mural de Cauduro en la Suprema Corte de Justicia de la Nación grita, se lamenta, advierte. Que las y los ministros escuchen las voces de quienes con represión quisieron ser silenciado­s. Su voz no se calla. M

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