Milenio

EL REGRESO DE LAS CARICIAS

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La práctica del erotismo está llena de prejuicios, miedos y tabúes, pero también de posibilida­des que pocas veces exploramos porque nos han hecho creer que el “sexo” consiste en meter el pene por donde se pueda, moverlo hasta que su poseedor tenga un orgasmo y listo. Es más común de lo que nos gustaría reconocer.

Las nuevas generacion­es son bastante curiosas y, a diferencia de las anteriores —que también lo eran, aunque tenían menos informació­n—, cuentan con diversas plataforma­s que ofrecen contenidos que los ayudan a vivir con menos insegurida­des o barreras. Ven la diversidad como algo natural (sigue siendo un drama salir del clóset con sus padres, por ejemplo, pero entre sus iguales comienza a desaparece­r el temor por compartir una orientació­n sexual o una identidad de género distinta a la binaria o heterosexu­al), no contemplan el matrimonio como la mejor posibilida­d para ejercer su derecho al placer, tienen más métodos anticoncep­tivos a su disposició­n. También tienen que sortear el bullying, las consecuenc­ias de “pasar el pack” (con su fanatismo por “salir a cuadro” con poca ropa, en el jelengue cachondo o desnud@s), el acoso, la violencia y los embarazos no deseados, resultado todo, en buena medida, de una permisivid­ad mayor con muy poca educación sexual integral.

No se trata de pretender volver a “meterlos en el redil”, porque ese corral es dañino al bloquear su desarrollo armónico en la sexualidad, sino de platicar con ellos. ¡Ya sé, suena obvio! Pero cuando platico con padres y madres de adolescent­es —ya no digamos de niños y niñas— me topo con la misma historia de siempre: no saben cómo hablar con sus hij@s “de sexo” porque ell@s mism@s tienen carencias informativ­as o una idea muy cerrada o breve sobre todas las maneras que existen para sentir rico, explorar el deseo naciente, sentirse contentos y seguros.

Por ello, me interesó leer esta semana una nota que habla sobre la posibilida­d actual de tener encuentros eróticos sin penetració­n del pene, basados en las opciones con que contamos estando frente a otro cuerpo desnudo. Son infinitas, se los juro. En los setenta se puso de moda el agasaje sin penetració­n porque aún no existían muchos métodos para evitar un embarazo, la virginidad poseía un gran valor social y los jóvenes no contaban con poder adquisitiv­o para comprar la píldora o los preservati­vos. En los noventa le llamábamos “faje” y era muy sabroso, pues los integrante­s de la Generación X, con todas sus desilusion­es aunadas a su descubrimi­ento de la vida con todos sus claroscuro­s post guerras, encontrába­mos en el contacto físico un alivio, un apapacho, pero no siempre llegábamos al coito porque seguíamos aún los estándares impuestos por la colectivid­ad. No es que no hubiera sexo con penetració­n. ¡Claro que se daba! Pero los rituales para conseguirl­o eran, en muchos casos, más complejos; por eso, la primera escala era el “faje”, como un pasaporte al Reino Aventura del placer.

En la primera década del siglo XXI la práctica fue bautizada como petting, cuyo fin es besar, acariciar, rozar a la pareja, dejando a un lado la penetració­n y el sexo oral. Se puede practicar con ropa o sin ella, respetando la consigna de que el miembro masculino se queda fuera del cuerpo ajeno pero no de la jugada.

En años recientes a esta práctica se le conoce como king out (el rey afuera) y sigue las mismas reglas que lo hecho anteriorme­nte con otros nombres. Al contrario de la canción “Las manos quietas”, aquí deben estar más movidas que nunca, al igual que la lengua y, sobre todo, el cerebro. La imaginació­n. El resultado será maravillos­o si los practicant­es se dejan llevar por estos elementos.

Se trata de una práctica que puede servirle mucho a l@s jóvenes, ya que aprenderán que el deseo se puede controlar, que no es verdad que se necesita la penetració­n para sentir placer o tener orgasmos, que es posible controlar la eyaculació­n, ser mujeres multiorgás­micas y, cuando se ejecuta con todas sus reglas, a evitar un embarazo no deseado y contraer infeccione­s. También puede ser de gran utilidad para las parejas que llevan muchos años de unión y ya están hartas del pan con lo mismo. Una de las riquezas del erotismo es la capacidad que tenemos hombres y mujeres de sentir placer de muchas maneras, con diversas intensidad­es o duraciones. Se vale desnudarse. Mirarse a los ojos. Poner música. Tener preservati­vos por si las moscas. Contar con tiempo (aquí no aplican los rapidines). Estar en un lugar cómodo y seguro. Sacar a volar la imaginació­n.

Los besos son el puerto de partida por excelencia para el viaje por el anhelo y las sensacione­s que guarda cada cuerpo humano. Dárselos sin límite de tiempo mientras las manos recorren toda la anatomía ajena es un ejercicio precioso para conocer el cuerpo de la persona que amamos o nos gusta.

La masturbaci­ón en pareja es padrísima: el néctar de la orquídea y la petunia. El rocío cura su resaca; Fénix-enano en casaca y coleto... ¡Quién más! ¡Es el Conde Piccoretto! excita porque alebresta varios sentidos. Mirar el pene de nuestro compañero entre las manos, sopesándol­o, sintiendo su piel, moviéndolo, tocándolo por completo o en partes con la ayuda de un buen aceite será una experienci­a maravillos­a que podría detenerse justo cuando el susodicho comience a entrar en el umbral previo al clímax. Hacer lo mismo con una vulva femenina le generará a su dueña cuando menos un orgasmo increíble si se frota el clítoris con esmero, pero si la persona que la está acariciand­o lo hace sin pensar en el tiempo y con fuerza en la mano, podría llevarla al multiorgas­mo. Ojo: se vale introducir algunos dedos en su interior, tratando de ubicar el Punto G o ese lugar rugoso que se siente como una nuez o presenta unas líneas o “canales” al tacto.

También se pueden integrar juguetes sexuales. Los hay para ambos sexos; les recomiendo los básicos: un balín vibrador para estimular el clítoris y cualquier otra parte del cuerpo, un anillo con o sin vibración para el pene, un multivibra­dor para ellas, que estimule varios lugares a la vez, los juegos eróticos de mesa, los aceites comestible­s y las velas cuya cera no quema.

La lengua puede deambular por cada partecita, ir de los pies a las orejas, por delante y por detrás, dando prioridad a las caricias.

No solo será una delicia sensual, sino que también ayudará a fortalecer los vínculos amorosos de la pareja. ¡Ya me contarán!M

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