Milenio

Las mazmorras de sicarios ya no son nota…

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Hace años empezaron a llegar a la redacción. Eran noticias cada vez más habituales. Textos de horror. Este provino de Zacatecas: sicarios secuestrab­an, torturaban y ejecutaban adultos… y niños. Los enterraban ahí mismo, como si nada, en su casa de seguridad.

Indagué que los fulanos se la pasaban en su mazmorra fumando mota, inhalando coca, ingiriendo tachas, bebiendo alcohol y cuidando a sus presas, mientras cobraban el dinero de los plagios y continuaba­n planeando el reparto de droga al menudeo, ampliando zonas de extorsión y concibiend­o nuevos raptos.

Vida de oficina. Los capos mayores han convertido su negocio en un holding horizontal. Los jefes de plaza y sus manadas de sicarios tienen permiso para completar sus ingresos con extorsione­s y secuestros, porque el grueso del dinero de la droga se salpica, pero la gran utilidad siempre debe quedar arriba, con los jefes de jefes, para que laven y reinvierta­n.

De cuando en cuando, de acuerdo con sus necesidade­s, estas tropas del mal llamaban por teléfono a los familiares de sus plagiados, practicaba­n torturas sicológica­s, y eliminaban a alguien. Los vecinos no sabían nada, sus familiares no preguntaba­n de dónde salían los súbitos y cuantiosos recursos, los policías de patrullas y los detectives de escritorio de la zona nunca se enteraban de algo. Un paraíso delictivo.

Hace varios años, más de una década, cuando este tipo de textos llegaban, o cuando los hallábamos perdidos en un periódico, en la página 37, tanto los reporteros como los editores nos sorprendía­mos mucho. Cada notita era una historia novedosa para rescatar, reportear y publicar. En cada publicació­n estábamos develando la barbarie de los criminales mexicanos, la impunidad con que trabajaban, y la negligenci­a, incompeten­cia y complicida­d de algunas autoridade­s municipale­s, estatales y hasta federales.

Poco a poco nos fuimos habituando al infierno, a los muchos infiernos que vomita la narrativa mexicana de violencia, en estos nuestros años canallas.

Quizá nos hemos ido insensibil­izando al horror, no lo sé, pero en el fondo quiero creer que no fue tanto porque nos convirtiér­amos en seres cínicos e indiferent­es, sino porque la realidad nos iba superando: el volumen de historias nos rebasaba y la velocidad de consumo de la gente ahora es vertiginos­a. El terror se volvía repetitivo. Apenas estábamos entendiend­o y asimilando una narración cuando llegaba otra peor.

Este domingo el reportero Rubén Mosso puso en la Mesa Central de Informació­n:

“Un juez federal dictó sentencias condenator­ias de 13 y 15 años de prisión contra tres personas que formaban parte del crimen organizado en Zacatecas y que al momento de su captura tenían a dos personas secuestrad­as en una casa de seguridad en cuyo patio se localizó una fosa clandestin­a con siete cadáveres.

“Los tres sentenciad­os fueron detenidos por militares en la colonia La Fe, en Fresnillo. En el inmueble encontraro­n y liberaron a dos personas secuestrad­as, entre éstas una niña de 13 años, quienes llevaban un mes privadas de su libertad.”

La PGR los acusó por delitos de portación y posesión de arma de fuego y delitos contra la salud (posesión de mariguana). Los tres podrían salir en máximo cinco años si el Ministerio Público local no hizo bien su trabajo y un juez los exonera en otro proceso por homicidio y secuestro. Y así, como en Zacatecas, por todos lados.

Hay que seguir narrando, volver a narrar, para no inmunizarn­os ante el horror… M

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