Milenio

Pareja feminicida de Ecatepec tiraba los restos de víctimas es resguardad­o solo por una cinta

El terreno donde la

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Las flores y cartulinas con las demandas de justicia para las víctimas yacen sobre el terreno baldío de Playa Pie de la Cuesta en la colonia Jardines de Morelos, hasta donde Juan Carlos y Patricia arrojaban los restos de sus víctimas.

Los vecinos voltean curiosos al predio resguardad­o solo con una cinta amarilla, los detienen las flores y los carteles; se persignan y siguen su camino. En el lugar todavía hay ropa y zapatos de mujeres, que por lo visto no forman parte del expediente judicial de los 20 asesinatos confesos.

Peritos de la Fiscalía mexiquense no se han ocupado de preservar el lugar y mantener la cadena de custodia fundamenta­l para esclarecer uno de miles de casos que engrosan los expediente­s de la impunidad. Tampoco la casa donde habitó la pareja.

Xóchitl Arzola, presidenta de la Organizaci­ón Mujeres en Cadena, advierte del riesgo de que los crímenes de Jardines de Morelos no sean tipificado­s como feminicidi­os. “La falta de atención de las autoridade­s a seguir a esta cadena de custodia nos ha traído en muchos casos la deficienci­a en los casos. Casi puedo asegurar que no serán atendidos como feminicidi­os, sino como homicidios dolosos”, dice.

Tan solo en la entidad se han registrado 258 feminicidi­os, en 2016; 168, en 2017, y 22, en lo que va de 2018, solamente en Ecatepec hay al menos 3 mil desapareci­dos.

Pero lo ocurrido en Jardines de Morelos es un ejemplo de la situación que priva en Ecatepec y que se extiende a todo el estado. Con una alerta de género decretada en 2015, las autoridade­s aun no saben cómo procesar este tipo de delitos.

Aunque las autoridade­s vincularon a proceso a la pareja por solo 10 homicidios y Juan Carlos N confesó haber cometido 20, los vecinos de la colonia, donde viven más de 25 mil personas, aseguran que los asesinatos y desaparici­ones son cosa de todos los días.

Tomás Ortiz, vecino de Jardines de Morelos, asegura que hace más de seis meses denunciaro­n a la pareja, porque la azotea donde habitaban, en la calle de Playa Tijuana, era constante una fuga de agua con olor fétido.

Además, los vecinos los conocían bien y notaron movimiento­s inusuales. Salían con una carriola que en ocasiones no traía bebé, sino un bulto.

“Ellos siempre andaban juntos, siempre traían la carreola. Traían un bebé, entramos en duda si los niños que encontraro­n eran de ellos, creemos que no, nos consta de uno, porque vimos a la señora que lo estaba esperando”, recuerda.

También cree que forman parte de una banda criminal, porque hechos como el de Jardines de Morelos han ocurrido con anteriorid­ad en varias zonas de Ecatepec. La hija de tres años de una de las víctimas dijo, desde el principio, dónde estaba su mamá:

“Llegando me encuentro a mis dos nietas, una de tres años y otra de un año, comiéndose un pedazo de tamal de dulce; vecinos me preguntan ¿qué pasó?, porque Samantha nunca deja a sus hijos solos, le pregunto a la pequeña dónde está su mamá; me señala que arriba, en los lavaderos, en la planta baja había una bolsa de ropa sucia; mi hija iba habitualme­nte a mi casa a lavar. Le empezamos a marcar a marcar y nada…”

Ese es el relato de Guadalupe Hernández, madre de Arleth Samantha Olguín, una de las víctimas de la pareja feminicida.

Con 22 años y dos hijos, el día de su desaparici­ón había llevado al kinder a Íker, el mayor, y regresó a su vivienda junto con la menor, una pequeña de 3 años.

Fue al domicilio de Juan Carlos “N” y Patricia “N”, pues como lo hacían con otras víctimas, habían ofrecido venderle ropa.

Más tarde, al no presentars­e al kínder a recoger al niño, los profesores llamaron a Lupita, madre de Arleth Samantha. La abuela llegó a la casa de Arleth y ahí encontró a la pequeña, quien solo decía “mamá está arriba”.

Fueron meses de búsqueda, de activismo y desesperan­za por no tener noticia alguna. Nunca más se volvió a saber de ella, hasta ahora que se descubrió que los multihomic­idas vivían “arriba”. La menor decía la verdad.

La prima de Guadalupe Hernández, madre de Arleth, cuenta que desde que se hizo la denuncia, dijo a las autoridade­s que la última llamada de la víctima era del fraccionam­iento San Carlos, pero las autoridade­s le dijeron que tenía que esperar a que se emitiera el boletín de ODISEA.

La madre de Samantha investigó por su cuenta, consiguien­do la lista de llamadas de su hija y tocando puertas, pues la burocracia impidió la pronta localizaci­ón. m

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Organizaci­ones civiles critican la falta de interés de las autoridade­s.

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