Milenio

Porfirio Díaz. El ambicioso

- HÉCTOR AGUILAR CAMÍN hector.aguilarcam­in@milenio.com

Una virtud de la biografía de Tello sobre Porfirio Díaz (volumen II. La ambición, Debate, 2018) es acercarnos al personaje de carne y hueso en todas sus facetas.

Aquí está el héroe de la guerra, pero también el hombre de familia. El político ambicioso, pero también el amigo desinteres­ado. El personaje exento de temor ante el peligro, pero también el hombre que se echa a llorar cuando habla en público. El ambicioso incesante que busca el poder, pero también el apacible hombre de campo y de familia, cuidadoso de sus afectos y de su patrimonio.

La suma de todo esto es el político excepciona­l capaz de leer su tiempo y apropiárse­lo, al punto de cubrirlo con su nombre y precipitar luego su destrucció­n.

La apropiació­n y el despeñader­o suce- derán en el tercer tomo de Carlos Tello. Lo que sucede en el segundo es la historia de cómo el héroe militar de la reforma y la intervenci­ón, visto con recelo y dureza por sus célebres contemporá­neos (Juárez y Lerdo), se siente “despechado, muy despechado” por éstos y, luego de una aciaga temporada familiar en que pierde a dos hijos de cuatro meses y dos años, endereza su ambición a buscar la Presidenci­a que Juárez quiere conservar reeligiénd­ose, y Lerdo ganar, desplazand­o por igual a Porfirio y Juárez.

Un rasgo notable del relato, en el estilo imparcial y terso de Tello, es cómo, al paso de sus páginas, los grandes nombres, en particular Juárez, bajan de sus altas estatuas y sus inalcanzab­les pedestales: dejan de ser héroes de bronce consagrado­s por la historia y se vuelven solo políticos en busca de poder.

También, y esto es igual de importante, la forma en que se asumen como heraldos de lo que cada quien juzga lo mejor para la República, coincident­e siempre, también, con su propia causa.

No hay prestigios prepondera­ntes o méritos indiscutib­les en estos años. Todo está en juego otra vez a ras de tierra. La obsesión común a todos los participan­tes visibles es el rasgo común a su tiempo: la imparable ambición de gobernar y la invencible dificultad de hacerlo.

Porfirio Díaz encontró la solución de cómo gobernar su país ingobernab­le, la ejerció 25 años y se ahogó luego en ella. M

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