Adiós a la mafia del poder
En cuanto la Jefatura de Estado cambie de manos en diciembre próximo, solo a la espera de cumplir con ciertas formalidades que marca la ley, además de que ya hay un Congreso nuevo, la expresión “mafia del poder” habrá pasado al anecdotario de principios de siglo. Porque esa recurrente descalificación engendrada por el hoy Presidente electo no tendrá sustento habida cuenta de que dispararla una vez que comience su mandato equivaldrá a atentar contra él mismo.
Sobre el término “mafia” se presumen diversos orígenes. En Italia se dice que en el siglo XIII, durante la ocupación francesa en Sicilia, un soldado invasor violentó a una chica, cuya madre corrió por las calles gritando “Ma ffia, ma ffia!”, equivalente a la expresión actual “Mia figlia, mia figlia!”, es decir, “¡Mi hija, mi hija!”. El grito se extendió por Palermo y toda la isla, transformándose en la palabra de la resistencia contra los agresores extranjeros.
Otra versión es que la palabra es una derivación de la voz árabe “ma hias”, que significa “fanfarronería”, o de otra, “ma fi-ha”, cuya traducción aproximada es “no hay” o “no existe”. Sin embargo, también se presume un traslado del toscano “mafia”, que significa “miseria”, pero también “arrogancia”.
El español lo toma precisamente del italiano y le concede cuatro acepciones, a saber: 1. Organización criminal y secreta de origen siciliano. 2. Cualquier organización clandestina de criminales. 3. Grupo organizado que trata de defender sus intereses sin demasiados escrúpulos, y 4. En Puerto Rico, trampa, engaño o ardid. Parece indiscutible que la tercera es la adoptada por Andrés Manuel López Obrador para descalificar a sus oponentes.
Porque debe considerarse que el término se popularizó y extendió desde aquel episodio de la mujer italiana vejada por un ocupante francés para referirse hoy en día, a escala internacional, a toda organización criminal. La palabra, sin embargo, fue usada primero para definir al grupo nacido en Sicilia, más precisamente llamado como Cosa Nostra, que surge a principios del siglo XIX y
tiene ramificaciones en Estados Unidos.
Las actividades de esa mafia (la siciliana-estadunidense, no la aludida por AMLO hasta donde se sabe) incluyen tráfico internacional de droga, especulación financiera e inmobiliaria, lavado de dinero, extorsión y tráfico de armas, todo tejido mediante el control del territorio, con el cobro de piso al comercio, y la oferta a políticos de fondos para sus campañas y votos. Su estructura es piramidal y en la base figuran las familias, conformadas por “hombres de honor”, a cuya cabeza debe haber uno solo, el capofamiglia, que tiene un poder absoluto sobre el resto.
En su texto sobre la Cosa Nostra, contenido en el libro Nuovo Magari, Alessandro de Giuli, Carlo Guastalla y Ciro Massimo Naddeo definen que entrar a la mafia equivale a convertirse a una religión, que incluye un ritual de iniciación para el elegido con la lectura de las obligaciones que debe cumplir al pie de la letra, como no desear a la mujer de otro “hombre de honor”, no robar, no explotar prostitutas, no matar a otro “hombre de honor” (salvo casos de absoluta necesidad), evitar la delación a la policía, tener un comportamiento serio y guardar silencio sobre la organización frente a los extraños.
La mujer no tiene un rol decisorio en la Cosa Nostra, pero sí la tarea de administrar el núcleo familiar privado del “hombre de honor” y educar a sus hijos en los principios de la organización, entre ellos la vendetta. Puede ser que apoye las labores del marido, pero siempre en un papel subordinado, privilegiando siempre el “honor”, que exige anteponer los intereses del grupo a los de sus parientes.
Si algo parecido a todo esto existe, como se ha empeñado en repetir el Presidente electo, se entiende que llegará a su fin a partir del 1 de diciembre junto con la expresión “mafia del poder”. M