De aquí salió la famosa frase “Vivir fuera del presupuesto es vivir en el error”, del legislador César Garizurieta
Habrá que escuchar la voz de Sandra Toribio. Ella narra la historia de un edificio porfiriano, ahora Congreso de Ciudad de México, primero sede de la Cámara de Diputados federal, de 1911 a 1982, donde pasaron infinidad de personajes, desde Porfirio Díaz hasta el presidente Gustavo Díaz Ordaz, quien el 1 de septiembre de 1969, desde la tribuna, asumió “íntegramente la responsabilidad personal, ética, social, jurídica, política, histórica por las decisiones del gobierno en relación con los sucesos del año pasado”. Se refería a la masacre de Tlatelolco ocurrida 11 meses antes.
El aplauso fue atronador por parte de legisladores, quienes se pusieron de pie para ovacionarlo en el recinto, que muchos años antes, de 1829 a 1872, tuvo su primer antecedente en Palacio Nacional —“los virreyes tenían una sala de comedia”—, donde despachaba el presidente Benito Pablo Juárez García, quien en junio de 1878 moriría de angina de pecho.
Una versión dice que esa noche la gente llevó un cúmulo de veladoras, a tal grado que las flamas provocaron un incendio que destruyó varios archivos oficiales de la entonces residencia oficial, entre estos el Acta de Independencia, de modo que se vieron en la necesidad de buscar un lugar temporal para sesionar, y es cuando, en 1872, llegaron a este inmueble del Centro Histórico, que era el Teatro Iturbide.
Las autoridades habían volteado la mirada hacia este edificio, situado en la esquina de Donceles y Allende —no muy lejos de Palacio Nacional—, donde Francisco Abreu, dueño del teatro, llegó a un acuerdo con el ayuntamiento para que ahí sesionaran los integrantes de la Cámara de Diputados federal; pero solo fue hasta 1909, pues el inmueble se incendió.
Después de visitar la zona para confirmar lo ocurrido, el presidente Porfirio Díaz ordenó edificar el Palacio Legislativo y convocó a un concurso, del que salió triunfador el arquitecto Mauricio de María y Campo. Fue terminado en 14 meses, en 1910, cuando inicia la Revolución mexicana. Lo inauguró el propio Díaz, quien meses después, desterrado, partiría a Francia. La narración es de Sandra Toribio. Ella es quien realiza las visitas guiadas en este monumento histórico.
Desde la parte de atrás del recinto, la maestra describe el salón de sesiones del ahora Congreso de Ciudad de México; lo que antes era Asamblea de Representantes del DF y más tarde Asamblea Legislativa, antecesora de este espacio, que durante décadas albergó a miembros de la Cámara de Diputados federal.
Y es en aquella fecha y año cuando inició la 25 Legislatura en la nueva sede. El día 25 del mes siguiente, mayo, Porfirio Díaz renunciaría como Presidente de la República —para después exiliarse en Francia, donde murió el 2 de julio de 1915—, mediante una carta, escrita a máquina, dirigida a los diputados, cuyo primer párrafo dice a la letra:
“El pueblo mexicano, ese pueblo que tan generosamente me ha colmado de honores, que me proclamó su caudillo durante la guerra de Intervención, que me secundó patrióticamente en todas las obras emprendidas para impulsar la industria y el comercio de la República, ese pueblo, señores diputados, se ha insurreccionado en bandas milenarias armadas, manifestando que mi presencia en el ejercicio del Supremo Poder Ejecutivo, es causa de su insurrección”.
Pero habrá que retroceder en el tiempo e instalarse en el interior de este edificio que, como la mayoría de la época porfiriana, construidos en el Centro Histórico de Ciudad de México, se han salvado de los sismos. Éste de Donceles y Allende, por ejemplo, tiene como base una estructura de Aceros de Monterrey y está forrado de cantera; los portones son de origen francés y las escalinatas de mármol.
Es el mismo inmueble que atestiguó varios hechos históricos y algunas tragedias, como la balacera entre legisladores, desatada el 11 de septiembre de 1935, debido a rencillas políticas, que tuvo como resultado la muerte de los diputados Luis Méndez y Manuel Martínez Valdés. También, en 1943, se suicidó en la tribuna el diputado oaxaqueño Jorge Meixueiro. Y más. —Aquí estuvo Francisco I. Madero y velaron el cuerpo del vicepresidente José María Pino Suárez, después de que fue asesinado durante la llamada Decena Trágica —Toribio suma otros hechos históricos—. En 1917, después de establecer el Constituyente en Querétaro, el presidente Venustiano Carranza rinde sus Informes de gobierno.
El 18 de marzo de 1938, asimismo, “se firman los documentos que sustentan la expropiación petrolera por el general Lázaro Cárdenas del Río, y en 1953 —agrega Toribio— aquí mismo se aprueba el derecho de la mujer a votar; esto, durante el sexenio del entonces presidente de la República, Adolfo Ruiz Cortines, quien gobernó de 1952 a 1958. Y también habrá que subir al último piso del recinto, donde el pasado septiembre entró en vigor, de manera oficial, la Cons- titución Política de Ciudad de México y la Primera Legislatura del Congreso local, cuya mesa directiva tomó protesta a los 16 alcaldes de la capital del país. En todo su esplendor se observa la arquitectura neoclásica, con características de teatro romano, detalla Sandra Toribio; la cúpula, agrega, aparenta un cielo estrellado, con una guirnalda dorada que significa “unión y hermandad”. Tras la mesa de honor hay una lista de personajes históricos, coronada por la frase de Benito Juárez: “Entre los individuos como entre las naciones el respeto al derecho ajeno es la paz”. En los muros hay una abigarrada simbología masónica. Está el Gorro frigio —señala Toribio con el índice—, tomado de la Revolución francesa; los siete escalones, para subir a la tribuna, mientras tanto, “es el máximo peldaño para llegar a la perfección”. El candil que pende de la bóveda, hecho de cristal y latón, data de 1911, tiene 425 bombillas y pesa 750 kilogramos. Las 12 columnas estilo romano que sostienen este recinto, añade Toribio, tienen un significado preciso para los masones: 12 meses tiene el año, el día se divide en 12 horas y 12 apóstoles siguieron a Cristo. Dicen que de aquí salió la famosa frase “Vivir fuera del presupuesto es vivir en el error”, cuyo autor fue el legislador veracruzano César Garizurieta, alias El Tlacuache (1905-1961), quien, a decir de una nota aparecida en una revista de la Asamblea Legislativa, “cuando ya no pudo conservarse dentro de la nómina oficial, optó por el suicidio”. M