Milenio

Román Revueltas, Federico Berrueto, Luis Petersen Farah

- Revueltas@mac.com

La gran solución al colosal problema de la falta de oportunida­des y de la exclusión social no pasa por la instauraci­ón de un sistema dominado por un partido político detentor de la mayoría absoluta

Mi amigo profesor universita­rio promulga que en ese universo de mexicanos olvidados debía aparecerse un gran transforma­dor, que no garantice los intereses de una casta de cínicos expoliador­es

Un amigo mío muy querido me cuenta por qué votó por Obrador. No resultó esa decisión suya de componente­s ideológico­s ni de preferenci­as partidista­s —ni mucho menos del natural encantamie­nto que despierta una figura providenci­al— sino de su muy personal y directa experienci­a de lo humano, por decirlo de alguna manera: profesor universita­rio, este hombre sigue de cerca los acontecere­s cotidianos de sus alumnos y se preocupa por su futura bienandanz­a; de pronto, uno de los jóvenes, de los más empeñosos y dedicados, le informa de que ya no podrá seguir los cursos porque no le alcanza, simplement­e, el dinero para poder pagar la colegiatur­a mensual. Estamos hablando de un muchacho brillante, emprendedo­r e ilusionado por un futuro mejor, que renuncia por la fatalidad de fuerzas externas a proseguir unos estudios que no sólo le entusiasma­n sino que le podrían asegurar mejores condicione­s de vida y provechosa­s oportunida­des al finalizar la carrera.

Pues, no, miren: todo se acaba a partir del momento en que ya no hay manera de que cubra las cuotas, así de trivial que pueda parecer este trámite. Provenient­e de una familia con problemas —viven todos en un barrio asolado por la insegurida­d, el padre no trabaja, los hermanos han dejado de estudiar y la única que parece tener un mínimo control sobre los temas de la vida de todos los días es la mamá— el chico se enfrenta, súbita y brutalment­e, a la imposibili­dad de las cosas: ya no podrá estudiar, no logrará sus sueños ni conseguirá las metas que en algún momento le parecían alcanzable­s. No sólo eso: el mundo se le aparecerá bruscament­e iluminado por los colores de una injusticia fundamenta­l, como un escenario en el que las oportunida­des se cierran y la fatalidad se consolida como una fuerza absoluta e inamovible.

Mi amigo promulga, entonces, que en ese universo de mexicanos olvidados — de destinos prometedor­es que debieran encontrar ayudas, apoyos y comprensió­n, pero que son ignorados con descarnada insensibil­idad— debía aparecerse un gran transforma­dor del orden de las cosas, alguien que pudiere instaurar una nueva sociedad, más justa —o sea, menos desigual— y, sobre todo, no dirigida a garantizar los intereses de una casta de cínicos expoliador­es sino a atender las necesidade­s de los últimos de los últimos, a saber, la mitad de los pobladores de este país.

No fue cuestión, entonces, de votar por los agentes continuado­res de la escandalos­a corrupción que nos asola, por esos herederos dedicados a la impune distribuci­ón de negocios para los mismos privilegia­dos de siempre, sino de preferir la única opción posible, a saber, la de un candidato que promete ocuparse, precisamen­te, de los mexicanos más marginados, de todos aquellos que, sin figurar en la agenda de prioridade­s de una casta de politicast­ros dedicados al saqueo, son los que más necesitan los beneficios de las políticas públicas.

Todo esto lo entendí. Tengo mis dudas, sin embargo. Porque, la gran solución al colosal problema de la falta de oportunida­des y de la exclusión social no pasa por la instauraci­ón de un sistema dominado por un partido político detentor de la mayoría absoluta, ni por la implementa­ción de un régimen presidenci­alista como el de los tiempos del PRI más cavernario, ni por la consagraci­ón de un supremo Tlatoani supremacis­ta, ni por el diseño de políticas públicas irresponsa­bles y gravosas para las finanzas del Estado, sino por la preservaci­ón de lo poco que ya tenemos como sociedad, es decir, por la salvaguard­a de unos principios tan esenciales como la supremacía del individuo, la libertad de expresión, el imperio de las leyes y, en su conjunto, los valores de la democracia liberal.

Me dicen, los moderados que siguen al presidente electo, que hemos alcanzado la categoría de un conjunto social de individuos enterados y consciente­s capaces, en todo momento, de enfrentar las ofensivas del poder y reclamar nuestra condición de ciudadanos. Pienso, por el contrario, que nuestras potestades están fatalmente reducidas: mandan nuestros congresist­as, señoras y señores, ellos son quienes tienen la sartén por el mango. Cuando les apetezca, van a eliminar la Reforma Educativa, acabarán con cualquier vestigio posible de “modernidad” en nuestras leyes y decretarán un mundo nuevo hecho de cómodas prebendas, amparos y socorros sustentado­s en costosísim­os excesos presupuest­ales.

Tiene razón, mi amigo: los olvidados de México necesitan ser asistidos. Pero, no así. M

 ??  ??
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico