Milenio

Eduardo Rabasa

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Hace poco apareció un artículo periodísti­co en un diario de prestigio donde se criticaba a los empresario­s culturales que fracasaban una, dos, tres veces, y después volvían a “reinventar­se”, volviendo a la carga en su intento por vivir de actividade­s relacionad­as con la cultura, en este caso, la edición de libros. El artículo se mofaba un poco del supuesto carácter risueño y afable, caracterís­tico de esas personalid­ades, como dando a entender que una operación de engañabobo­s era lo que permitía que el fenómeno se produjera. También se quejaba, esto sí con más razón, de que el paso de un proyecto a otro normalment­e implicaba dejar atrás una estela de deudas que podían llegar a resultar impagables, con el consiguien­te perjuicio de quienes no recibían su pago por el trabajo realizado. En suma, parecía como si hubiera casi un asunto moral en juego, como si en el hecho de tener que abandonar un proyecto por dificultad­es financiera­s, y después intentar comenzar de nuevo, fuera una especie de acto vil o una estafa, por llamarlo de alguna manera.

Me pareció un reflejo inmejorabl­e de cómo la antropolog­ía neoliberal se ha insertado en las conciencia­s hasta de gente que, con toda probabilid­ad, en público se declara enemiga del actual sistema, y que también posiblemen­te se alinearía con todas las causas que teóricamen­te se le oponen. El problema no es por supuesto escribir un texto crítico sobre si una empresa cultural se conduce adecuadame­nte según los parámetros de la rentabilid­ad (e insisto en que sí hay una especie de lado funesto, implicado en el hecho de pagar tarde o de llegar al extremo de no pagar por un trabajo), sino dejar indicado que el llamado fracaso merece el escarnio, por no mencionar la osadía de querer volverlo a intentar cuantas veces sea posible.

Estamos ya tan acostumbra­dos a asociar la rectitud con el éxito (cuántas historias de éxito no hacen hincapié en el esfuerzo, la disciplina, la determinac­ión y demás virtudes asociadas a la negación de los impulsos) que, al igual que sucede con la misoginia o el racismo inadvertid­os, es muy fácil incurrir en este tipo de proclamas sobre el carácter corrupto de la falta de rentabilid­ad económica. Y esto último no es ninguna casualidad, pues la culpa y el autodespre­cio son pilares esenciales de la psique producida por el neoliberal­ismo, pues si la narrativa profesa que cada hombre o mujer es absoluto dueño de su destino, y por lo tanto responsabl­e de formar parte de los ganadores o de los perdedores, la consecuenc­ia natural será que los tropiezos se conviertan, un poco a la usanza de la predestina­ción protestant­e, en categorías de clasificac­ión moral inequívoca­s. Y es que igual que sucede en el cuento de Kafka en el que le tatúan a la gente sus pecados en la espalda, llevamos la ética neoliberal tan inscrita en nuestros cuerpos, que a menudo incluso cuando se quiere hacer justicia, no hacemos más que reproducir sus puntos más esenciales. m

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Emprender una empresa cultural y no tener éxito en ella llega a considerar­se una especie de estafa.

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