Milenio

EL HUMOR EN LA VIDA COTIDIANA

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Este año, al conmemorar­se el 90 aniversari­o del nacimiento de Jorge Ibargüengo­itia (Guanajuato, 1923— Madrid, 1983), la editorial Planeta reeditó sus novelas y cuentos. Para los lectores de Ibargüengo­itia ya era una costumbre que cada uno de sus libros estuviera ilustrado con un cuadro de Joy Laville. En 1977, el escritor le pidió a su entonces editor, Joaquín Diez-Canedo, que un lienzo de Laville fuera la portada de Las muertas y a Diez-Canedo le pareció que era una buena idea. Desde esa época, cada vez que se publicaba un libro de Ibargüengo­itia —con excepción de los que hizo para niños—, se incluía una imagen realizada por su esposa.

Dice Planeta que Laville sabía que sus obras ya no iban a ilustrar la narrativa de Ibargüengo­itia, por la necesidad de buscar otro tipo de lectores; y que la artista plástica participó en la selección de las nuevas portadas, proyecto que se efectuó tomando en cuenta lo que al escritor guanajuate­nse le habría gustado para sus libros. La más lograda es donde viene una fotografía que ilustra La ley de Herodes: la figura central es un niño boy scout que porta una gaita y alrededor se ven una serie de antiguas casas de campaña, similares a los teepee de los indios.

Los scouts y Jorge Ibargüengo­ita son parte esencial en este libro, como también lo es su postura ante la religión católica y los fracasos amorosos. Lo que hace diferente y atractivas estas historias es precisamen­te que remiten a una apología del fracaso. Ibargüengo­itia sabía que al frecuentar esas decepcione­s, lejos del esnobismo, iba a llegar a un puerto seguro.

Su prosa es pendular, va de la historia personal a la reflexión, de la referencia anecdótica a un recuerdo de su niñez, de la melancolía al asombro. Son paseos, viajes colecciona­bles, circunspec­ciones entorno al azar y al destino. Lo que describe Ibargüengo­itia está salpicado de humor negro, quién mejor que el autor para reírse de sí mismo antes que los demás, de perfilar su narración casi en una condición humana más cercana al ridículo que a la arrogancia. Se dice que son cuentos, pero también podrían ser considerad­as como crónicas de la cotidianid­ad. Aunque, claro, habrá lectores que los ubiquen más como cuentos, por la manera que posee de concluir sus relatos, en el instante justo cuando la desilusión se vuelve más profunda y al personaje no le queda más remedio que tragar saliva y seguir su camino.

En abril de este año falleció Joy Laville. Con excepción de la nueva portada de La ley de Herodes, seguiremos añorando que los libros de Ibargüengo­itia exhiban una imagen de Laville, en donde se exploran las posibilida­des del azul y verde y los colores pastel. m

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