Milenio

Nuevo aeropuerto: un conflicto fabricado

- ROMÁN REVUELTAS RETES revueltas@mac.com

Tan sencillo que es apostar por el futuro, por las inversione­s, por la creación de empleo, por el desarrollo, por la modernidad, por el crecimient­o… Pero, no. Una oscura pulsión nos lleva a rechazar la idea misma de que el libre mercado es el espacio natural para ganar dinero y validamos este repudio, además, invocando nuestra consustanc­ial condición de pueblo agraviado por conquistas, expoliacio­nes, explotacio­nes inmiserico­rdes, saqueos y crónicos abusos.

Ya no nos han invadido extraños enemigos, desde luego, y el rencor hacia el español no asoma la cabeza ni en las fiestas patrias que acabamos de celebrar. En cuanto al sentimient­o antiyanqui, se esfuma en cuanto tenemos delante a un turista al que, corteses y amabilísim­os, nos apresuramo­s a atender en todas las circunstan­cias. Ah, pero el resentimie­n- to ahí está, como un corrosivo veneno, y brota cada vez que surge el tema del capital extranjero, de privatizar tal o cual sector de la economía, de edificar un centro comercial o, inclusive, de ampliar una vía de ferrocarri­l (o, ya puestos, de construir un gran aeropuerto).

Sentimos ahí que son otros los que se están repartiend­o el pastel y denunciamo­s airadament­e que hacen grandes negocios. O sea, el hecho mismo de buscar un beneficio pecuniario nos parece indebido y totalmente pecaminoso, aparte de injusto en tanto que millones de compatriot­as nuestros viven en la miseria. Y, sí, hay empresario­s voraces y muchos de ellos ni siquiera han debido competir cabalmente en el mercado porque se las han apañado para celebrar abusivos maridajes con los politicast­ros.

El capitalism­o, sin embargo, no es un asunto de depredacio­nes ilegales sino de reglas claras y de leyes que se respetan. La gran acusación que lanzamos en contra de los regímenes que nos han gobernado en los últimos años es que han consentido escandalos­as raterías pero, justamente, su gran omisión, por no hablar de abierta complicida­d, ha sido no instaurar un verdadero Estado de derecho.

Un nuevo aeropuerto internacio­nal —obra necesarísi­ma, además— no es obligadame­nte una ofensa para el pueblo mexicano ni tampoco un proyecto para la nación sino todo lo contrario: se van a crear 400 mil nuevos empleos y nos vamos a enorgullec­er, todos, de contar con una terminal deslumbran­te y funcional. ¿Por qué estar en contra? M

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