Nuevo aeropuerto: un conflicto fabricado
Tan sencillo que es apostar por el futuro, por las inversiones, por la creación de empleo, por el desarrollo, por la modernidad, por el crecimiento… Pero, no. Una oscura pulsión nos lleva a rechazar la idea misma de que el libre mercado es el espacio natural para ganar dinero y validamos este repudio, además, invocando nuestra consustancial condición de pueblo agraviado por conquistas, expoliaciones, explotaciones inmisericordes, saqueos y crónicos abusos.
Ya no nos han invadido extraños enemigos, desde luego, y el rencor hacia el español no asoma la cabeza ni en las fiestas patrias que acabamos de celebrar. En cuanto al sentimiento antiyanqui, se esfuma en cuanto tenemos delante a un turista al que, corteses y amabilísimos, nos apresuramos a atender en todas las circunstancias. Ah, pero el resentimien- to ahí está, como un corrosivo veneno, y brota cada vez que surge el tema del capital extranjero, de privatizar tal o cual sector de la economía, de edificar un centro comercial o, inclusive, de ampliar una vía de ferrocarril (o, ya puestos, de construir un gran aeropuerto).
Sentimos ahí que son otros los que se están repartiendo el pastel y denunciamos airadamente que hacen grandes negocios. O sea, el hecho mismo de buscar un beneficio pecuniario nos parece indebido y totalmente pecaminoso, aparte de injusto en tanto que millones de compatriotas nuestros viven en la miseria. Y, sí, hay empresarios voraces y muchos de ellos ni siquiera han debido competir cabalmente en el mercado porque se las han apañado para celebrar abusivos maridajes con los politicastros.
El capitalismo, sin embargo, no es un asunto de depredaciones ilegales sino de reglas claras y de leyes que se respetan. La gran acusación que lanzamos en contra de los regímenes que nos han gobernado en los últimos años es que han consentido escandalosas raterías pero, justamente, su gran omisión, por no hablar de abierta complicidad, ha sido no instaurar un verdadero Estado de derecho.
Un nuevo aeropuerto internacional —obra necesarísima, además— no es obligadamente una ofensa para el pueblo mexicano ni tampoco un proyecto para la nación sino todo lo contrario: se van a crear 400 mil nuevos empleos y nos vamos a enorgullecer, todos, de contar con una terminal deslumbrante y funcional. ¿Por qué estar en contra? M