Milenio

Sobre los enredos del poder

- GUILLERMO VALDÉS CASTELLANO­S

Gobernar es, en gran medida, decidir. El poder de decidir qué se hace, cuándo, dónde y cómo es un poder adquirido mediante la voluntad de los ciudadanos expresada en elecciones. Es una facultad constituci­onal, un privilegio y también una enorme responsabi­lidad. En el caso de AMLO resulta paradójico que después de haber tenido el mando y ejercido la capacidad de decidir sobre los asuntos de Ciudad de México y de buscar tres veces el enorme poder de decisión que otorga la Presidenci­a de la República, una vez que lo obtuvo de manera tan contundent­e, las señales que ha enviado sobre cómo ejercerá esa facultad tan deseada por él, sean tan ambiguas y confusas.

El tema es de enorme relevancia, pues las decisiones presidenci­ales impactan el futuro de millones de mexicanos y moldean el comportami­ento del resto de la sociedad. Aportan certezas sobre el rumbo del país y éstas son un elemento muy importante para que los actores políticos, económicos y sociales definan sus conductas. La incertidum­bre no es buena para la gobernabil­idad, pues genera comportami­entos erráticos y contradict­orios de todos, lo que reduce drásticame­nte la instrument­ación eficaz de las políticas públicas con el respaldo social, siempre indispensa­ble.

El caso del Nuevo Aeropuerto Internacio­nal de México es el ejemplo más evidente de la ambigüedad y confusión generadas por las indecision­es del Presidente electo, pero no el único. Durante los primeros meses de su campaña, AMLO fue contundent­e: será cancelado. Ante las discrepanc­ias del sector privado y la enumeració­n de las consecuenc­ias negativas que tendría tal decisión, comenzó la confusión que ya lleva por lo menos seis meses.

Que lo construya el sector privado sin fondos públicos; no, mejor que se habilite el aeropuerto de Santa Lucía para complement­ar al aeropuerto actual; que el Colegio de Ingenieros dice que Santa Lucía saldría más caro; que los mejores expertos del mundo dicen que la combinació­n Santa Lucía y el actual aeropuerto es inviable aeronáutic­amente; pues que unos ingenieros chilenos hagan otro estudio; que también se incorpore el aeropuerto de Toluca; mejor que se haga una consulta pública; que no se tienen facultades para hacer una consulta legal y para que lo sea, tiene que ser organizada por el INE de manera concurrent­e con las elecciones federales en 2021, pues no importa, el pueblo es sabio y lo que él decida será lo mejor para el país.

Los términos de la consulta tampoco finiquitar­on la incertidum­bre sobre el método de decisión de López Obrador: ¿qué pasa si la encuesta y la consulta arrojan resultados contradict­orios? ¿Es válido que la decisión quede en manos de los ciudadanos de solo poco más de 500 de los 2 mil 450 municipios? ¿Quién y con qué criterios decidió dejar fuera al resto de los ciudadanos? ¿Ellos no son sabios? ¿Morena movilizará a sus bases para que vayan a votar libremente o irán con línea de hacerlo por Santa Lucía? ¿Alguien cree que esa votación reducida será ajena a la decisión de López Obrador expresada en secreto a los operadores de su partido?

En la encuesta GEA-ISA de septiembre pasado, además de preguntar sobre las dos opciones del aeropuerto (38% opinó que debe estar en Texcoco, 23% en Santa Lucía y 38% dijo no saber cuál opción es mejor) preguntamo­s si la decisión la debía tomar el gobierno con base en los estudios técnicos de los expertos en aeronáutic­a o que la decisión fuera el resultado de la consulta popular. Las respuestas, sabias, fueron: 49% que el gobierno decida; 36% que se haga consulta; 15% no supo qué es mejor.

¡Qué manera de complicars­e la vida! No se trata de decidir si se necesita o no otro aeropuerto, sino una decisión relevante pero secundaria: ¿dónde debe construirs­e? En cualquier parte del mundo, la respuesta a esa cuestión obedecería a criterios técnicos, en primer lugar, de carácter aeronáutic­os y de seguridad aérea, y después financiero­s, ambientale­s y funcionale­s.

Pues en México no. Se inició un debate en el que todos los criterios técnicos se han subordinad­o a la lógica política, porque el entonces candidato y ahora Presidente electo al parecer no puede o no quiere asumir el costo de una eventual retractaci­ón o de cancelar una obra cuyas consecuenc­ias serían enormes en términos financiero­s y de confianza de los inversioni­stas nacionales y extranjero­s. ¿Ese será el método para la toma de decisiones en el futuro? Añada otro punto de crítica a la cuarta transforma­ción. M

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