Milenio

Migrantes: la larga marcha

- MANUEL BAEZA

Cuatro mil personas marchan en este momento desde Honduras hasta Estados Unidos. La mayoría lo hace a pie, y algunos hacinados en las cajas de camionetas de carga. Conforme avanzan, más hombres y mujeres se suman al grupo.

Se trata en su mayoría de migrantes hondureños que huyen de la violencia y la pobreza que se vive en su país. Salieron de San Pedro Sula y se encuentran ya en Guatemala, y por cada paso que dan aumentan la presión sobre una crisis humanitari­a y política que pocas veces hemos vivido en la región.

Y es que los migrantes quieren llegar a Estados Unidos para establecer­se allá y encontrar lo que no tienen en su país, pero el presidente Donald Trump simplement­e no los quiere, y amenazó con hacer todo lo posible para impedir que crucen su frontera.

La crisis, insisto, aumenta y, salvo alguna decisión extraordin­aria, se convertirá en un grave problema humanitari­o. Los guatemalte­cos y los mexicanos, hay que decirlo, estamos metidos en un gran dilema, pues es imposible ser indiferent­e ante lo que ocurre.

Por supuesto que estos migrantes hondureños no salen de su país simplement­e por gusto. La situación de pobreza y violencia que viven allá los obliga a tomar decisiones desesperad­as. Y aquí viene nuestro conflicto como personas, pues no podemos ignorarlos y bloquear nuestra frontera, pero tampoco podemos simplement­e abrir las garitas y acompañarl­os al límite con Estados Unidos.

La diplomacia mexicana tiene ante sí una enorme tarea. Los expertos negociador­es deberán lograr acuerdos con los diferentes países involucrad­os para solucionar la crisis. Me inclino a pensar que se tratará con los gobiernos la posibilida­d de establecer cuotas para recibir a los migrantes. Con Honduras se debe garantizar mejores condicione­s de vida para quienes decidan regresar a su país de origen. Con Guatemala y Estados Unidos, ver cuántos hombres y mujeres pueden recibir de manera permanente. México deberá asumir su propia cuota de ayuda a estos hermanos nuestros.

Pero eso no solucionar­á de fondo una crisis regional. La pobreza y la insegurida­d en Centroamér­ica deben ser combatidas de manera conjunta entre las naciones, para dar opciones de una mejor vida a quienes viven allá. No se trata simplement­e de impedir que vengan más personas. Se trata de que los gobiernos regionales, la comunidad internacio­nal y sus organismos, realmente resuelvan una crisis que cada vez será más frecuente.

¿Y nosotros, en lo individual? Sugiero paciencia y mucha empatía. Veamos en cada rostro de los migrantes a un hermano nuestro en necesidad. Hay manera de apoyarlos en la urgencia mediante organizaci­ones ciudadanas. Cada quien sabe dónde encontrar la más cercana. M

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