Ni el cardenal está seguro
No hay confusión. Las personas que atacaron el domicilio del cardenal Norberto Rivera iban por él, sea para robarlo, sea para secuestrarlo, sea para matarlo. No eran unos maleantes cualquiera. Tampoco parecen los inconformes con su gestión pastoral o individuos que pudieron haber alimentado algún rencor personal por incidentes pasados. Parecen profesionales, aunque no lo fueran mucho a la hora de actuar. Llegaron en dos camionetas y tenían planeada su ruta de escape. Lo único que probablemente no calcularon fue la resistencia de los guardias de seguridad. El lamentable asesinato de uno de sus guardias personales muestra que son criminales dispuestos a todo y evidentemente la figura del arzobispo emérito no les infunde ningún respeto. Dado que sabían por quién iban, se puede deducir que conocían las repercusiones que cualquiera de sus acciones tendrían. Es decir que el Estado mexicano y el gobierno de la ciudad pondrían todos los medios y recursos para atender el problema. No estamos hablando de improvisados, por más audaces que puedan serlo algunos. Estamos frente a una célula operativa a la que no le dan ningún miedo las corporaciones policiacas.
El asunto tomará un cariz político porque, con justa razón, la Iglesia católica, desde la santa sede hasta el párroco local, armará un escándalo de proporciones mayores. Y las especulaciones no escasearán. Hay que recordar que Norberto Rivera sigue siendo cardenal con derecho a votar, si el siguiente cónclave para elegir Papa tuviera lugar en los próximos cuatro años (hasta el 6 de junio de 2022). Y sigue siendo arzobispo, aunque emérito, de Ciudad de México. Obviamente, esto no tiene nada que ver con conflictos internos en la Iglesia y muy improbablemente con alguna vendetta personal. Apostaría a que se trata de criminales comunes que se imaginaron que, como el cardenal no vive como franciscano, puede tener algo valioso en su casa.
Por lo demás, menos mal que no le pasó nada, porque con el antecedente del cardenal Posadas, la imagen del segundo país con más católicos en el mundo, no habría mejorado. Y ciertamente esto retrata al país entero: un lugar donde los grupos criminales están fuera de control, con gobiernos incapaces de ponerles freno, en una zona gris de transición política, donde no queda claro qué es lo que se va a hacer al respecto en el futuro. Todo esto suena muy peligroso. Pues así, ni el cardenal está seguro. M