Milenio

Migración, seguridad nacional y AMLO

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El tráfico y tránsito de migrantes centroamer­ica- nos por territorio de México rumbo a Estados Unidos es un problema sin solución, al menos mientras no se acuerde la libre movilidad de personas entre Centro y Norteaméri­ca. Así de sencillo. Lo que se ha debatido desde hace décadas han sido políticas para tratar de mitigarlo y/o administra­rlo. No va a desaparece­r por más amenazas que lance Donald Trump ni cuantos camiones contrate el Instituto Nacional de Migración de México para deportar a los más posibles desde Tapachula todos los días.

Mientras la pobreza y la insegurida­d sean factores que atentan de manera brutal y cotidiana contra la sobreviven­cia y la vida de las familias —como son los casos de Guatemala, El Salvador y Honduras—, no se detendrán los flujos hacia Estados Unidos. Si se revisan las estadístic­as de los últimos 30 años, se podrá observar que entre 200 mil y 400 mil centroamer­icanos se introducen en territorio mexicano con la finalidad de cruzar al norte del río Bravo. Así de fuertes son el hambre, el miedo a ser víctima del crimen organizado y la desesperan­za de un futuro mejor.

Para agravar el problema, lo que era una actividad ilegal pero pacífica —el tráfico de los migrantes— organizada por los tradiciona­lmente llamados polleros, se transformó en una actividad criminal extremadam­ente violenta y más rentable; desde que Los Zetas, allá por 2009, decidieron apoderarse del negocio, convirtier­on a los polleros en sus empleados y a la cuota original cobrada a cada migrante por el traslado (entre 5 y 7 mil dólares por persona) le añadieron un sobrepreci­o de 2 mil dólares a cada uno para no ser asesinado. La masacre de aquellos 72 migrantes en San Fernando, Tamaulipas, en agosto de 2010, se debió a que no pudieron pagar los 2 mil dólares por su rescate. Ahora ya no existen Los Zetas, pero las bandas que se desprendie­ron de esa organizaci­ón son las que controlan ese mercado ilegal.

Es probable que México tenga capacidad de darle asilo político o visas de trabajo a varias decenas de miles de centroamer­icanos y medio resuelva la actual crisis de la caravana hondureña. Pero difícilmen­te la tendrá para aceptar, en el caso de que todos quisieran permanecer en nuestro país, a tres o cuatro millones en los próximos diez años. Ello derivaría en un serio problema de gobernabil­idad, por decir lo menos, un riesgo de seguridad nacional: México en medio de una situación ajena. Por un lado, un gobierno de EU prepotente y resuelto a impedir lo más que pueda la entrada a su territorio de los migrantes y, por el otro, las crisis económicas y de seguridad de los países de América Central.

Por cierto, AMLO no se ha pronunciad­o sobre la seguridad nacional. No hay ni una sola mención, no se diga alguna propuesta de él ni de su equipo de gobierno sobre el tema. Como si no existiera. Y la migración es solo uno de los múltiples riesgos de la agenda de seguridad nacional. Para preocupars­e más, está cumpliendo su promesa de convertir al Cisen en una agencia de investigac­ión criminal. Según la iniciativa de reformas a la Ley Orgánica de la Administra­ción Pública Federal presentada la semana pasada, le cambia el nombre y lo manda a ser un apéndice de la nueva Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana, desconocie­ndo e ignorando lo que señala la Ley de Seguridad Nacional.

Pueden cambiar todas las leyes que quieran; lo que no se entiende es la ignorancia y el desprecio por una de las institucio­nes más sólidas y confiables del Estado mexicano y la insensatez de no fortalecer­la para enfrentar los retos cada vez más complejos de la seguridad nacional. M

AMLO no se ha pronunciad­o sobre la seguridad nacional; no hay ni una sola mención, no se diga alguna propuesta de él ni de su equipo de gobierno

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