Milenio

¿Toluca es una opción? Ah…

- ROMÁN REVUELTAS RETES revueltas@mac.com

Imagínense ustedes de viajeros inter- nacionales, estimados lectores, en un futuro no demasiado lejano, a bordo de un avión, digamos, de Turkish Airlines, en provenienc­ia de Ankara y, por cuestiones tarifarias, habiendo hecho ya escala en Estambul (por cierto, están a punto de inaugurar allí un colosal aeropuerto, que les costó el equivalent­e a 705 mil millones de pesos) y luego en Bogotá, para aterrizar finalmente en Panamá (que se ha vuelto, con perdón, el gran hub de la región, o sea, el punto donde se conecta mayormente el tráfico aéreo de nuestro subcontine­nte).

Allí, esperan ustedes un par de horitas y toman un vuelo de Copa Airlines que los trae al remozado aeropuerto de Ciudad de México, o sea, al de siempre. Pasan el control de pasaportes en la Terminal 2, recogen el equipaje tras una fastidiosa espera y, teniendo ya a cuestas una travesía de unas 30 horas desde que dejaron el hotel en la capital turca, se disponen a volar, por ejemplo, a Aguascalie­ntes. Ah, pero ya no despegan aviones del AICM hacia ese destino, qué caray. Por fortuna, doña Alicia Bárcena, la secretaria ejecutiva de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), organismo de la ONU, avisó, en su momento, que el aeropuerto de Toluca podía perfectame­nte integrarse a un sistema metropolit­ano de aeródromos, junto con el mentado AICM y las dos pistas de Santa Lucía (“se está construyen­do un tren suburbano” hacia la capital mexiquense, creo que dijo la mujer, para sustentar el argumento, supongo, de que el aeropuerto de Texcoco no es realmente necesario). De tal manera, si siguen ustedes ensoñando con este viaje de ensueño, comiencen entonces a imaginar, además, que deben, primeramen­te, tomar un taxi, o un bus, del AICM a la estación del tal suburbano en… ¡el oeste de Ciudad de México! Pongamos, en plan optimista, que el trayecto dura, no sé, unos 90 minutos. Llegan pues muy frescos al andén, se suben al vagón y, tras varias paradas, arriban a la que correspond­e al AIT (aeropuerto internacio­nal de Toluca). Otra sorpresa, oigan: esa estación no está en el aeropuerto sino a unos tres o cuatro kilómetros de distancia. O sea, otro taxi. O, por qué no, un microbús. Llegados por fin al AIT, pasan un nuevo control de seguridad y esperan dos horas, o más, para por fin volar a Aguascalie­ntes…

¡Qué formidable sistema! M

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