El reto de la educación pública en Estados Unidos
La Universidad de Arizona busca que la comunidad latina termine la licenciatura, porque más de la mitad de la matrícula en el estado pertenece a este sector
No vayan a creer en la retórica más extrema sobre la inmigración que a veces domina la política estadunidense; no podría estar más alejada de la realidad. Más que una amenaza a nuestro bienestar en este país, la inmigración sigue siendo lo que siempre ha sido: una de las características fundamentales de nuestra nación y una oportunidad para impulsar nuestra economía, desarrollar comunidades más fuertes y fomentar la innovación.
Pero, a fin de lograr estos objetivos, primero tenemos que superar el desafío principal de democratizar el acceso a la educación. La desigualdad en el acceso a nuestros sistemas de educación superior tan elogiados es la base de muchos de los males que afectan no solo a la economía, cultura y política de este país, sino también a la población latina que vive aquí.
En 2017, la tasa de adultos latinos que egresan de una licenciatura en Estados Unidos alcanzó solo 17%, apenas la mitad del porcentaje correspondiente a la población en general. Para 2050, se estima que esa tasa llegará a casi 31%, pero, aun así, seguirá existiendo una diferencia de 21 puntos entre la tasa de latinos con títulos y la población general. Para lograr que esa brecha desaparezca, sería necesario otorgar títulos en ese mismo periodo a casi 12 millones más de personas de las que se calcula actualmente.
Este desafío formidable de democratizar el acceso a la educación nos obliga a cambiar nuestra forma de pensar, ya que los pequeños cambios y las soluciones a corto plazo no nos llevarán muy lejos. Para eliminar la desigualdad en el acceso a la educación, tenemos que rediseñar nuestro modelo de educación superior.
Cuando asumí el cargo de presidente de Arizona State University (ASU) en 2002, estaba decidido a que fuéramos una universidad que no midiera su excelencia por los alumnos que no deja ingresar, sino por aquellos que acepta y por el nivel de éxito que alcanzan. Y es imposible estar comprometidos con el bienestar de la comunidad de Arizona si no nos preocupamos por la educación de nuestra comunidad latina, que representa casi la mitad del total de alumnos que asisten a las escuelas de este estado.
Las universidades, especialmente las públicas, tienen que dejar de lado la suposición tradicional de que hay que elegir entre nivel y calidad. Hemos trabajado muy duro en ASU para incrementar la cantidad de títulos (de carrera y posgrado) que otorgamos: pasamos de 12,526 en 2004 a 18,261 en 2017 y, al mismo tiempo, elevamos el estándar académico en todas nuestras unidades. Entre el otoño de 2004 y el año pasado, el número de latinos en nuestro campus ha crecido de 6 mil 816 a 14 mil 864.
Ha sido necesario reconocer los desafíos que enfrentan nuestros alumnos de menores recursos que no tienen tradición familiar universitaria, como lo fui yo al ser el primero de mi familia en acceder a la educación superior sin conocer a nadie que hubiera ido a la universidad. Una de las soluciones fue crear un Centro de Éxito para el Primer Año que suministrara respaldo para una población cada vez más grande de alumnos en la misma situación que viví yo: los primeros de su familia en ir a la universidad. En otoño de 2017, esa población consistía en 22 mil 70 alumnos, lo que representaba 26% de todos nuestros alumnos inscritos.
María Ramírez era una de esos alumnos. Se graduó con un título en educación, queriendo ser maestra. Después de ver cómo sus dos hijas se habían graduado de ASU, María decidió convertirse en una Sun Devil también. El camino que recorrió hacia la educación superior no fue el tradicional: se casó a los 15 años, tuvo su primera hija a los 16 y se graduó de la universidad a los 47. Si bien no fue un recorrido fácil, María confiesa que esta experiencia le enseñó a nunca rendirse. Sí se pudo.
La familia Ramírez participó en nuestro Programa para Madres e Hijas Hispanas, que ayuda a conectar a los alumnos de la primera generación en asistir a ASU y a sus familias con los recursos que necesitan para alcanzar el éxito académico. En el último año escolar, más de 500 equipos de padres e hijos participaron en el programa. Este es un gran ejemplo de por qué es necesario pensar en grande: es nuestra obligación ir más allá de educar únicamente a un individuo; tenemos que buscar formas de darles a las familias y comunidades las herramientas necesarias para salir adelante.
Es un trabajo urgente. Hoy en día, la desigualdad en los logros académicos impide que Estados Unidos alcance todo su potencial económico. Por ejemplo, en Arizona se calcula que, para el año 2020, 68% de los trabajos requerirá de una educación superior. Está comprobado que un mayor acceso a la educación se traduce en mayores ingresos, reducción del desempleo, mejoras en la salud, incremento en las tasas de votación y participación cívica, y un menor uso de los servicios de ayuda social, entre otros beneficios. Algunos países, como Corea del Sur e Irlanda, ya se han dado cuenta de eso. Han superado la tasa de obtención de títulos de Estados Unidos y, como resultado, han experimentado crecimientos considerables en su PBI per cápita. Ambas naciones lograron estas mejoras gracias a la implementación de políticas cuyo objetivo era posicionar a sus poblaciones para que alcanzaran el éxito académico y económico. Para eso, tuvieron que entender la realidad que atravesaban y establecer objetivos posibles de cumplir. Estados Unidos solía ser capaz de motivarse a través de grandes retos; es más, el acceso a la educación fue uno de los factores principales que le permitió a nuestra nación convertirse en una dinámica potencia económica luego de la Segunda Guerra Mundial. Y es algo que podemos y tenemos que lograr otra vez. m