UN PELIGRO PARA BRASIL Y SUPERIOR EN AMÉRICA LAT
El candidato a presidente es considerado una versión más dañina y deleznable de Donald Trump; su triunfo amenaza el futuro
El próximo 28 de octubre, 150 millones de brasileños escogerán a su próximo presidente en las elecciones más importantes y polarizadas desde el fin de la dictadura militar (1964-1985). En la segunda ronda de la votación se enfrentarán dos candidatos con estilos y programas de país diametralmente opuestos—incluyendo en sus propuestas para la educación superior. El actual favorito es Jair Bolsonaro, un ex militar quien quiere reducir el gasto en las universidades por considerarlas “nidos de marxistas”. Su contrincante es el ex Ministro de Educación, Fernando Haddad, quien busca aumentar el gasto para educación superior y ciencia y tecnología, además de expandir las políticas de equidad para los grupos marginados.
El resultado de la segunda ronda de votación determinará el rumbo del país más grande de América Latina por los próximos cuatro años: si se suma a las naciones que han virado a la ultraderecha o si regresa a la fórmula de izquierda moderada (combinando programas sociales progresistas con políticas económicas de corte neoliberal) aplicada por el ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva (2003-2010) y Dilma Rousseff (2011-2016).
Bolsonaro ganó la primera ronda de votación del 7 de octubre con 46 por ciento de los votos contra el 29 por ciento que obtuvo Haddad. Una encuesta de Datafolha publicada el 11 de octubre le da a Bolsonaro una ventaja en la segunda ronda de 49 por ciento contra 36 por ciento, con los demás votantes considerados indecisos.
Bolsonaro, quien ha fungido como diputado federal desde 1991, es conocido por sus simpatías por la dictadura, su menosprecio hacia los derechos humanos y sus declaraciones retrógradas. Entre grupos que han sido blancos de su desprecio están las mujeres, los homosexuales, los afrobrasileños y los indígenas. Sus allegados lo ven como un hombre honesto de mano dura quien va a acabar con la asombrosa corrupción y combatir la violencia en el país. Para sus críticos, sin embargo, es una versión brasileña de Donald Trump, aunque aún más peligroso y deleznable.
En contraste, Haddad, un ex alcalde de Sao Paulo, es un relativo desconocido para la mayoría de los votantes. Entró como candidato del Partido del Trabajo (PT) apenas tres semanas antes de la primera ronda, después de que la Tribunal Superior Electoral descalificara la candidatura de Lula, quien lideraba en las encuestas. El ex presidente fue sentenciado en abril a 12 años de cárcel bajo cargos de corrupción, en lo que muchos ven como una maniobra política orquestada por la derecha política del país.
También hay fuertes contrastes en las políticas de educación superior de los dos candidatos.
Por su parte, Bolsonaro propone invertir la actual pirámide presupuestal, quitándole dinero a educación superior para dirigirlo a la educación básica, bajo el argumento de que no todos deban ir a la universidad. En su lugar, propone aumentar la oferta en educación a distancia y en carreras técnicas de nivel media superior, que serían administrados por el ejército (aún no ha dado mayores detalles en este sentido).
Bolsonaro también ha prometido buscar un ministro de educación “con autoridad, quien expulse a la filosofía de Paolo Freire de las escuelas” —una referencia a las corrientes pedagógicas que buscan empoderar a los que menos tienen. A su vez, prometió combatir lo que llama el “marxismo cultural” dentro de las universidades.
A su vez, propone cerrar el Ministerio de Ciencia y Tecnología como parte de una estrategia de privatizar la investigación científica. Tal medida representaría un fuerte golpe para la ciencia brasileña, que ha recibido apoyos inéditos durante los gobiernos petistas; para 2015, Brasil gastaba 1.3 por ciento en CyT, comparado con 0.4 por ciento en México, y producía 54 mil artículos en revistas indexadas, comparado con 17 mil en México, según cifras de RICYT.
Contra la diversidad
Bolsonaro también es un ferviente opositor de las políticas de acción afirmativa implementadas bajo los gobiernos de Lula y Rousseff. Las medidas compensatorias han abierto las puertas de las universidades públicas— históricamente bastiones de la élite blanca—a afrobrasileños y egresados de bachilleratos públicos, entre otros grupos subrepresentados. Para el ex militar, tales políticas premian a los “flojos” y atentan en contra de la meritocracia. Bolsonaro se burló de la idea de que Brasil deba compensar a la mitad de la población que es descendiente de esclavos. “¿Qué deuda por la esclavitud? Yo nunca esclavicé a nadie”, dijo en entrevista con TV Cultura a finales de julio.
En contraste, Haddad es un fuerte proponente de la inversión federal en educación superior y en las políticas de equidad en particular. Durante sus siete años al frente del Ministerio de Educación (2005-2012), el también doctor en filosofía de la Universidad de Sao Paulo impulsó una transformación radical en el sistema de educación superior pública y privada. Durante esos años, se triplicó la inversión en el sector y se duplicó la matrícula en las universidades federales, a través de la creación de 18 universidades federales y 173 campus nuevos, según reportes de prensa.
En 2012, se aprobó la Ley de Cuotas, a través de la cual 50 por