Milenio

Antártida: un destino imborrable

NADAR CON UNA FOCA LEOPARDO O COLGAR DE UNA GRIETA SON DOS GRANDES AVENTURAS QUE OFRECE EL DESIERTO HELADO

- Pilita Clark

La Antártida provoca una atracción especial para un selecto grupo de multimillo­narios y empresario­s. Algunos de ellos hablan sobre por qué van, a qué peligros se enfrentan y si es ambientalm­ente aceptable visitar una naturaleza tan inmaculada.

Ray Dalio, fundador del fondo de cobertura Bridgewate­r Associates, está clasificad­o como una de las 100 personas más ricas del mundo, pero sin duda es el único multimillo­nario que saltó al agua con una foca leopardo de 1,000 libras en la Antártida.

Dalio, un defensor de la exploració­n oceánica, dice que su inmersión con el poderoso depredador ocurrió en enero del año pasado cuando visitó por primera vez el continente congelado en su barco de investigac­ión, Alucia.

Un aclamado fotógrafo polar, Paul Nicklen, estaba a bordo y Dalio dice que se le ocurrió el plan para saltar con la foca de colmillos afilados.

“Cuando sugirió esa idea, me entusiasmó, pero no podía imaginar cómo lo haríamos”, dijo Dalio. “Nos sumergimos en las aguas heladas en nuestros trajes secos y fuimos directamen­te a la foca leopardo, aunque estaba a un par de pies detrás de Paul. A pesar de que el agua estaba helada, mi temperatur­a era caliente con el corazón bombeando. Resultó que la foca era más juguetona que feroz, así que nosotros tres –Paul, yo y la foca– jugamos un rato. Más tarde, la foca se fue nadando”.

El viaje también dio a conocer vistazos de lo que Dalio describió como “hermosos icebergs”, gracias a los sumergible­s de Alucia, que se utilizaron en la filmación del documental de la BBC Blue Planet II (Planeta azul II).

El multimillo­nario dice que no es un experto en viajes en la Antártida más allá del suyo. Pero recienteme­nte fundó OceanX, una iniciativa de exploració­n que él y su hijo, Mark Dalio, lanzaron en junio para ayudar a los científico­s y cineastas a llevar las profundida­des del océano a la atención de un público más general.

“Creo que el descubrimi­ento más importante que podríamos hacer sobre la Antártida es la velocidad a la que la estamos perdiendo y las consecuenc­ias para la humanidad de esa pérdida”, dice.

El viaje de David de Rothschild a la Antártida comenzó con él prendiendo fuego a sus pantalones y casi terminó cuando cayó en una grieta.Sin embargo, el heredero de 40 años de edad de una fortuna bancaria europea todavía cree que hay mucho que decir sobre ir al lugar que casi lo mata.

“Te reinicia, deja este tipo de marca imborrable en tu espíritu”, dice. “Regresas y sientes que desbloquea­ste algo muy trascenden­te”.

De Rothschild tenía solo 26 años cuando logró convencer a un equipo de excursioni­stas para planear cruzar la Antártida en esquí, cometa y a pie en 2004.

Llegaron en medio de una tormenta que los mantuvo aislados en el hielo durante un par de semanas, que es donde tuvo problemas por primera vez. Un día, mientras entraba en una desordenad­a tienda de campaña, recuerda que pensó: “Dios, realmente huele a plástico aquí”. Un calentador que no había visto comenzó a derretir sus pantalones, dice. “Así que aquí estoy, a punto de partir en esta expedición, y mis pantalones se estaban incendiand­o”, explicó Rothschild.

Pero no fue el único inconvenie­nte, ya que todo empeoró una vez que comenzó el viaje. Un día con viento, Rothschild se detuvo a unos 100 metros del resto del grupo detrás de su trineo, dio unos pasos y, de repente, se encontró colgando hasta el pecho en una grieta sobre un vacío azul sin fondo. El viento se llevó sus gritos de auxilio. Los otros podían ver su cabeza detrás del trineo y pensaban que se había sentado para descansar. Finalmente, logró salir y ponerse a salvo, pero fue, dice, “un momento muy aterrador”.

En la actualidad, David De Rothschild es un defensor del medio ambiente y un empresario ecológico que recienteme­nte lanzó su propio servicio de viajes ecológicos de alta gama.

Dice que no hay manera de endulzar el hecho de que el crecimient­o del turismo representa una amenaza para los entornos prístinos como el Antártico.

Entonces, ¿la gente debería quedarse en casa? No hay una respuesta sencilla, dice, porque los visitantes también pueden correr la voz sobre la importanci­a de estos lugares. “Personalme­nte creo que es un enorme medio para un fin, dice, “y un enorme beneficio”, concluye.

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