Milenio

La ciencia de la tristeza

- BRAULIO PERALTA

No escribiré de la encuesta ni el aeropuerto, hasta el final. Mejor va una de muertos… Es probable que el poeta Darío Galicia ya haya muerto —desapareci­ó de la órbita cultural—, pero es improbable que lo olvidemos los que leemos literatura y poesía. Nacido en Ciudad de México en 1955, los que lo conocimos en los 70 lo recordamos con una bolsa de esas con las que la gente va al mercado a comprar la comida del día. El escritor chileno y mexicano Roberto Bolaño lo recuerda en un poema trágico:

“A Darío Galicia le han trepanado el cerebro, ¡dos veces!, y uno de los aneurismas se le reventó en medio del Sueño. Los amigos dicen que ha perdido la memoria… Es 1976 y es México y los amigos dicen que Darío lo ha olvidado todo, incluso su propia homosexual­idad. Y el padre de Darío dice que no hay mal que por bien no venga… Estoy bien, dice Darío. A veces el sueño es tan monótono. Rincones, regiones desconocid­as, pero del mismo sueño. Naturalmen­te no ha olvidado que es homosexual (nos reímos)”.

Bolaño lo inmortaliz­a como Ernesto San Epitafio en Los detectives salvajes. Pero la mejor descripció­n de Galicia es por él mismo en un poema suyo: “Otro madrazo en un psiquiátri­co donde ronda mi cadáver. No espero mi Hiroshima. Soy un ciudadano desconocid­o. Soy un expediente psiquiátri­co donde no tengo nombre ni historia”.

En el libro México se escribe con J. Una historia de la cultura gay, el poeta César Cañedo apenas menciona el nombre de Galicia, un precursor de la poesía homoerótic­a de los años 70. Leemos: “Nuestro amor es una historia prohibida y aún así tú y yo nos besamos en Reforma y en la Universida­d, ocultos en las sombras y también cuando no resistimos el brillo y la atracción de nuestros labios. La fuerza de cuatro piernas y esta honda ternura y la necesidad de amarnos frente a la luz del día. Simplement­e como dos hombres que se aman.”

Darío Galicia fue amigo de Uriel Martínez, vivo, y Arturo Ramírez Juárez, ya muerto, los tres poetas que se atreven a pronunciar sus amoríos, con poesía. Me nace recordarlo­s en estos días de muertos. Y citar un libro de Darío Galicia, La ciencia de la tristeza, editado por Difusión Cultural de la UNAM, en 1994. Le escribe a José Revueltas: “Tú fuiste el responsabl­e AMOR/ de la creación sáfica de una camarada/y una prostituta/ no diciendo motes indecoroso­s/ a mis hermanos homosexual­es/ fuiste una semilla germinando/ como la Revolución”. Ojalá lo reediten.

TRASPIÉ: Voté en la encuesta. Estoy a favor de ella. Es sana como expresión ciudadana, a pesar de todas las fallas. Ahora espero la encuesta sobre el Tren Maya, por congruenci­a. M

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