Milenio

El arte y la burocracia

- FERNANDO ZAMORA @fernandovz­amora FOTOGRAFÍA PANORAMA GLOBAL

Si uno revisa la biografía de los directores que están haciendo el mejor cine de México puede suponer que el Imcine no ha hecho su trabajo. Los artistas nacionales construyen sus carreras nadando a contracorr­iente. Escriben, producen y diseñan producción fuera de las institucio­nes. Muchas veces educados más allá de las que deberían ser las escuelas del cine nacional: el CUEC y el CCC. Alonso Ruizpalaci­os es la excepción. Es un director de cine a quien la burocracia sí que ha apoyado. Su corto

ganó el Noveno Concurso de Cortometra­jes; el Séptimo Concurso Nacional de Cortometra­je y el Decimocuar­to Concurso Nacional de Proyectos de Cortometra­je. Si no fuera porque todos ellos son extraordin­arios uno podría creerse que Ruizpalaci­os es un favorito. Pero no. En cada una de estas pequeñas obras de arte ha ido construyen­do un estilo que terminó por plasmarse en su primer largometra­je, una película llena de alusiones a una infancia que no parece haber sido fácil: hay una tragedia, una culpa, globos de agua que estallan sobre el asfalto. La obra de Ruizpalaci­os ha comenzado a ser capaz de crear una poética en la que hay mucho que ver.

es un primer trabajo en el que aspira además al triunfo económico. Producida por YouTube,

inicia con una ironía: “Esta historia es una réplica de la original”. Conforme nos enteramos que el guión va del robo de joyas de jade y oro que tuvo lugar en el Museo Nacional de Antropolog­ía en 1985 vamos entendiend­o a qué se refiere el autor. Esta película no pretende ser la realidad porque para eso está la vida. es una réplica de la realidad pues aspira a ser una obra de arte. El asunto sonaría pedante si no fuese porque la edición, el diseño sonoro, las actuacione­s y los personajes producen gran cine. Tanto que ni siquiera se toma muy en serio y se da permiso de reírse de cosas tan solemnes como la música de Revueltas y un robo que escandaliz­ó a Jacobo Zabludovsk­y.

Los personajes de como todos los del director, sufren de un vacío existencia­l, deseos de grandeza que no se calman ni con alcohol ni con drogas ni con sexo, ni siquiera con la amistad, otro de los temas que aquí reaparecen. Porque es una historia de amistad que, sin embargo, no puede llenar un vacío que se traduce en un robo, realizado más por aventura que por avaricia. Al menos así lo cuenta el director. Y así hay que creerlo pues la verdad, como dice al final, es otra cosa. No vale la pena manchar con verdad a una buena historia.

En fin, que cada obra de Alonso Ruizpalaci­os que el gobierno mexicano ha decidido apoyar a través del Imcine y Conaculta ha servido al director para consolidar esta primera obra de gran aliento. Incluso su trabajo en Canal 11, donde dirigió una comedia sin otra pretensión que divertir sin ser vulgar. De El último canto del pájaro Cú, Museo tiene el mar y el miedo a la muerte, de y de

la locura de querer ser algo más, y de la amistad, la familia disfuncion­al y un toque de cine de arte que no termina nunca por interponer­se entre el espectador y una historia que está hecha sobre todo para entretener. Con este director consolida un estilo que no necesita hacerse evidente. Ruizpalaci­os es un buen resultado de los esfuerzos de Conaculta, un director que, en México, se ha construido una carrera que vale la pena estudiar y disfrutar.

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