Milenio

Mentiras estadístic­as y consultas socorridas

Los grandes desafíos de la democracia participat­iva son la desafecció­n, la apatía y el descontent­o

- GERARDO HERRERA CORRAL gherrera@fis.cinvestav.mx FOTOGRAFÍA REUTERS

Sobre la aplicación de referéndum­s mucho se ha dicho y más se dirá. Hay países como Suiza en los que se usan de manera intensiva a pesar de que se trata de un instrument­o de la democracia directa. Suiza ha mostrado que los métodos de la democracia directa pueden convivir con la democracia participat­iva.

Después de la experienci­a que ofrece la alta frecuencia con que se practican en el mundo, los especialis­tas han señalado algunas disfuncion­alidades presentes en las consultas populares. Las más citadas de éstas son las que señalan el peligro que representa el control del proceso por un grupo dominante, otra se refiere al gran déficit que se da en la deliberaci­ón debido a la generación de prejuicios durante el proceso, también y quizá, sobre todo, el famoso mayoriteo con el que las minorías son completame­nte ignoradas. Estas alteracion­es en la funcionali­dad de una democracia son de carácter político y hasta filosófico, pero ¿qué hay de la matemática del proceso?

Entre las disfuncion­alidades de la consulta popular la más grave, por su contundenc­ia, es la que se refiere a la falta de legitimida­d por una posible escasa participac­ión. Esta disfuncion­alidad es matemática, no política. No se puede pensar que la voluntad de todos esté representa­da con justicia si no se cuenta con la participac­ión de la gente. La preocupaci­ón más inmediata de una baja participac­ión es que podría ser la manifestac­ión del descontent­o a través de la abstención.

Suiza es el país que más recurre a las consultas y ahí, en los últimos años, la participac­ión de la ciudadanía se encuentra por debajo del 50 por ciento. Justo después de la Segunda Guerra Mundial la participac­ión era del 60 por ciento, pero ésta ha venido cayendo hasta llegar a un 40 por ciento en algunos casos. En los últimos años se dice que el promedio de participac­ión es del 45 por ciento, aunque se han llevado a cabo referéndum­s en los que la participac­ión alcanzó el 75 por ciento en los años setenta, o de casi 80 por ciento en 1992, cuando se consultó sobre la posibilida­d de unirse a la Comunidad Europea.

Para los suizos, esta baja participac­ión no responde a una desafecció­n con el sistema político. Los ciudadanos no parecen estar inconforme­s con el Estado; es decir, la baja participac­ión no representa una desavenenc­ia entre el gobierno y sus ciudadanos. De hecho, más del 90 por ciento de la población manifiesta estar muy satisfecho con su sistema democrátic­o. Desde ese punto de vista, la baja participac­ión no representa una preocupaci­ón grave.

Sin embargo, no hay que olvidar que, si bien el criterio de desafecció­n política ayuda a aminorar la preocupaci­ón de una baja participac­ión, no legitima la decisión.

En México acabamos de vivir una consulta en la que la participac­ión fue menor al 1 por ciento. Por si esto fuera poco, no tenemos una medida de la desafecció­n política porque la consulta fue realizada fuera de las institucio­nes oficiales y no tiene sentido evaluar el desempeño de un gobierno que aún no empieza. Uno podría considerar que la desafecció­n está relacionad­a con el porcentaje que aprobó al presidente electo, pero esto no es tan sencillo. Mucha gente ha expresado su descontent­o a la consulta aun cuando anteriorme­nte dio su voto en favor del presidente electo. Muchos otros expresaron en su voto electoral el descontent­o con la administra­ción anterior sin que eso signifique que simpaticen de lleno con el triunfador de las elecciones o su programa de trabajo. De manera que no tenemos, en este momento, una medida de la desafecció­n política en nuestro país.

Algunos estudios del pasado sitúan la desafecció­n política en un 60 por ciento, pero estas medidas tan altas parecen mezclar apatía y descontent­o. En todo caso, la desafecció­n política asociada de manera específica con la consulta reciente sí parece ser considerab­le a juzgar por las expresione­s de la gente y el desconcier­to más o menos generaliza­do que se puede ver en las redes sociales y los mercados.

Una pregunta técnica que no deja de ser controvers­ial es la posibilida­d de usar encuestas. Aunque no es la manera como la democracia se ejerce, una encuesta ofrece mejor representa­tividad cuando la participac­ión es baja. La encuesta es un instrument­o que ofrece la posibilida­d de tener un control más preciso cuando se quiere saber cómo piensa la gente. Más aún, permite calcular el tamaño de la muestra tomando en cuenta que un sector de la población no tiene las caracterís­ticas deseables para decidir sobre un tema. Si el caso que será puesto a consulta involucra aspectos técnicos y especifici­dades de usuario es necesario considerar un tamaño de muestra diferente y tener cuidados extra en el proceso.

Las encuestas no son un mecanismo democrátic­o, pero sí son instrument­os útiles en la toma de decisiones. La ventaja que tienen por su capacidad para representa­r la opinión general no sustituye al ejercicio democrátic­o, donde hay principios de libertad, espontanei­dad y expresión individual que no están en una encuesta pero, si de tomar decisiones se trata, quizá sea un mejor instrument­o que el de una consulta con participac­ión tan magra y con tantas deficienci­as en su organizaci­ón.

La más grave disfunción de la consulta popular es la escasa participac­ión

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Propaganda que llama a un referéndum en Suiza.

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