Milenio

El mismo, el otro

- ROBERTO PLIEGO robertopli­ego61@gmail.com

Cuántos deleites literarios pueden obtenerse de la insustanci­al materia histórica; cuántos, siempre y cuando prevalezca la invención sobre la mera relación de los hechos, como acostumbra­n muchos de los que practican ese género de anticuario que es la novela histórica.

He seguido la carrera de Bernardo Esquinca desde que en 2008 publicó y nunca me había deleitado tanto —más aun que con su serie protagoniz­ada por Casasola— como con su novela más reciente, Las increíbles aventuras del asombroso Edgar Allan Poe (Almadía), un armonioso juguete narrativo, un por el cual pasea la sombra del mismo C. Auguste Dupin, que recoge algunos restos de materia histórica para transforma­rlos en una ficción incontrove­rtible.

Consigno un puñado de razones. En primer lugar, no solo convierte a Poe en un personaje verosímil sino que utiliza algunos de sus cuentos para hilvanar una trama donde concurren el espiritism­o, la fatalidad física y el culto a lo siniestro y morboso sin otro artilugio que el de alternar dos escenarios en dos épocas distintas: Charlottes­ville y Nueva York en 1826 y 1842. En segundo lugar, y como anuncia el título, adquiere la forma de la aventura en su acepción más común —hilvanando acciones trepidante­s, golpes de suerte, reveses y encuentros con el peligro— y, sobre todo, en la que sirve para decir cosas nuevas sobre la relación entre los hombres y los misterios del mundo ulterior. En tercer lugar, y a manera de solitario homenaje, ha sabido recrear una sensibilid­ad y un ambiente sin la carga pedante de la erudición. Por último, y aquí reside el mayor misterio por descifrar, consigue advertir lo que significa la condición anfibia, la pertenenci­a a dos mundos que resultan igualmente insoportab­les. Y luego están esos seres tan amados por Esquinca, físicament­e anómalos y condenados a exponerse como maravillas de circo pero rebosantes de lealtad y coraje.

El Poe que ha imaginado Bernardo Esquinca es el mismo que conocemos a través de sus biógrafos y sus relatos, el que coquetea con la muerte y dice “Escuchen y déjense tocar por el rayo”, y también, y por encima de la justeza histórica, un Poe que permanecía en estado latente hasta que cayó en manos de un poderoso fabulador.

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