A Peña le basta el perdón
Uno, simple mortal, sospecharía por lo tanto que lo que verdaderamente les importa a los salientes no es la trascendencia de su legado, sino la mera impunidad garantizada por los entrantes; así, que se vayan al diablo, de tal manera, la reforma educativa y la reforma energética
Los mexicanos, según parece, detestan mayoritariamente a Enrique Peña. Le imputan todos los males habidos y por haber, vamos, a un presidente que en la recta final de su mandato ha alcanzado unos niveles de impopularidad nunca vistos desde que las mediciones comenzaran a ser medianamente confiables. Ocurre, sin embargo, que la sed de venganza de los ciudadanos no se expresó del todo en las urnas porque, miren ustedes, el candidato en la carrera hacia la Presidencia de la República que avisaba de poder perseguirlo penalmente por las corruptelas de su Gobierno —en caso de que hubiere una causa, desde luego— no ganó las elecciones sino que el pueblo sabio escogió, por el contrario, al competidor que le ofreció todos los perdones y todas las indulgencias. Así son las cosas en la realidad real, señoras y señores.
De ahí, de la clemencia prometida —o negociada, qué caray— se deriva muy seguramente la blandenguería de la actual Administración ante la estrategia de acoso y derribo emprendida, desde ya, por un presidente electo que ni siquiera ocupa todavía el cargo: todo lo que logró el régimen priista en funciones —las reformas estructurales, el gran proyecto de infraestructura del nuevo aeropuerto y la consolidación de los entes autónomos del Estado mexicano, entre otros tantos adelantos
La pasividad del gobierno es también la inmovilidad de parte de la sociedad
comprobables y verificables— será borrado de la faz de la tierra. Y, sus impulsores, ni pío, qué caray: calladitos todo el tiempo, discretos y extrañamente prudentes siendo que lo que se juega es su proyecto de país, ni más ni menos. Todo esto, lo que está ocurriendo, era para que armaran una que ni te cuento y resulta que no, que ahí están en su rincón, sin abrir la boca y, en el tema del aeródromo, hasta llegaron a declarar que no iban ya a difundir los espectaculares videos de Norman Foster ni a exhibir las fotografías de los trabajos ya realizados (cuando miras esas imágenes, la mera perspectiva de que se cancele una obra tan colosal resulta en verdad escandalosa).
Uno, simple mortal, sospecharía por lo tanto que lo que verdaderamente les importa a los salientes no es la trascendencia de su legado sino la mera impunidad garantizada por los entrantes. Así. Que se vayan al diablo, de tal manera, la reforma educativa y la reforma energética. Que los niños vuelvan a ser rehenes del más nefasto corporativismo y que no se realicen las grandes inversiones que iban a tener lugar para descubrir los yacimientos que Pemex no puede explotar, de cualquier manera, por consustancial falta de recursos (el petróleo que tenemos “no se entrega” a los extranjeros sino que es “patrimonio de la nación”; por eso mismo, ya no se va a vender al exterior, no es un simple producto generador de divisas, tiene una condición prácticamente sagrada; adiós, pues, a la reforma energética).
La pasividad de los actuales gobernantes, sin embargo, es también la inmovilidad de una parte de la sociedad que, confrontada a la amenaza concreta del caudillismo, se contenta de presenciar las arremetidas del aparato populista sin reaccionar mayormente: los partidarios de que prosiguiera la construcción del NAICM, mayoritarios según varias encuestas, no salieron a votar el pasado fin de semana. En este sentido, hay que decir que los seguidores de Obrador son mucho más activos y mucho más participativos: están en todas partes, se comprometen y actúan. Por lo que parece, la magia de la demagogia prima sobre la preocupación de promover los elusivos valores de la democracia liberal.
De tal manera, los mexicanos poblamos ahora en un extraño espacio público: profundamente divididos, sin encontrar una voz que se levante para validar cualquier posible bondad del “sistema” que nos ha gobernado en los últimos años, vamos todos juntos hacia un escenario de verdades absolutas, descalificaciones y juicios lapidarios emitidos por un personaje que pretende refundar la nación mexicana, ni más ni menos, demoliendo cualquier vestigio del pasado.
El PRI parece ya no existir, ni como Gobierno ni como partido, siendo que había promovido una apuesta modernizadora para México. Lo repito: no es la herencia lo que parece importarles sino el perdón otorgado por el emisario de la “paz y el amor” (aunque el hombre se haya puesto bastante bronco en los últimos días).
Se enmudecieron, todos ellos. Se acogieron prontamente a la benevolencia del nuevo gran calificador de los delitos catalogados y, beneficiarios directos del perdón, se irán tranquilamente a casa mientras tiene lugar la gran empresa de demolición (literalmente, del NAICM y, luego, más subrepticiamente, de todo lo demás, incluyendo esas reformas tan trabajosamente negociadas con una oposición que, en tiempos todavía recientes, se comportó de manera absolutamente ejemplar). Adiós a su herencia. Adiós a las reformas. Adiós a las instituciones. Ah, pero van a ser perdonados…