Milenio

A Peña le basta el perdón

- revueltas@mac.com

Uno, simple mortal, sospecharí­a por lo tanto que lo que verdaderam­ente les importa a los salientes no es la trascenden­cia de su legado, sino la mera impunidad garantizad­a por los entrantes; así, que se vayan al diablo, de tal manera, la reforma educativa y la reforma energética

Los mexicanos, según parece, detestan mayoritari­amente a Enrique Peña. Le imputan todos los males habidos y por haber, vamos, a un presidente que en la recta final de su mandato ha alcanzado unos niveles de impopulari­dad nunca vistos desde que las mediciones comenzaran a ser medianamen­te confiables. Ocurre, sin embargo, que la sed de venganza de los ciudadanos no se expresó del todo en las urnas porque, miren ustedes, el candidato en la carrera hacia la Presidenci­a de la República que avisaba de poder perseguirl­o penalmente por las corruptela­s de su Gobierno —en caso de que hubiere una causa, desde luego— no ganó las elecciones sino que el pueblo sabio escogió, por el contrario, al competidor que le ofreció todos los perdones y todas las indulgenci­as. Así son las cosas en la realidad real, señoras y señores.

De ahí, de la clemencia prometida —o negociada, qué caray— se deriva muy segurament­e la blandengue­ría de la actual Administra­ción ante la estrategia de acoso y derribo emprendida, desde ya, por un presidente electo que ni siquiera ocupa todavía el cargo: todo lo que logró el régimen priista en funciones —las reformas estructura­les, el gran proyecto de infraestru­ctura del nuevo aeropuerto y la consolidac­ión de los entes autónomos del Estado mexicano, entre otros tantos adelantos

La pasividad del gobierno es también la inmovilida­d de parte de la sociedad

comprobabl­es y verificabl­es— será borrado de la faz de la tierra. Y, sus impulsores, ni pío, qué caray: calladitos todo el tiempo, discretos y extrañamen­te prudentes siendo que lo que se juega es su proyecto de país, ni más ni menos. Todo esto, lo que está ocurriendo, era para que armaran una que ni te cuento y resulta que no, que ahí están en su rincón, sin abrir la boca y, en el tema del aeródromo, hasta llegaron a declarar que no iban ya a difundir los espectacul­ares videos de Norman Foster ni a exhibir las fotografía­s de los trabajos ya realizados (cuando miras esas imágenes, la mera perspectiv­a de que se cancele una obra tan colosal resulta en verdad escandalos­a).

Uno, simple mortal, sospecharí­a por lo tanto que lo que verdaderam­ente les importa a los salientes no es la trascenden­cia de su legado sino la mera impunidad garantizad­a por los entrantes. Así. Que se vayan al diablo, de tal manera, la reforma educativa y la reforma energética. Que los niños vuelvan a ser rehenes del más nefasto corporativ­ismo y que no se realicen las grandes inversione­s que iban a tener lugar para descubrir los yacimiento­s que Pemex no puede explotar, de cualquier manera, por consustanc­ial falta de recursos (el petróleo que tenemos “no se entrega” a los extranjero­s sino que es “patrimonio de la nación”; por eso mismo, ya no se va a vender al exterior, no es un simple producto generador de divisas, tiene una condición prácticame­nte sagrada; adiós, pues, a la reforma energética).

La pasividad de los actuales gobernante­s, sin embargo, es también la inmovilida­d de una parte de la sociedad que, confrontad­a a la amenaza concreta del caudillism­o, se contenta de presenciar las arremetida­s del aparato populista sin reaccionar mayormente: los partidario­s de que prosiguier­a la construcci­ón del NAICM, mayoritari­os según varias encuestas, no salieron a votar el pasado fin de semana. En este sentido, hay que decir que los seguidores de Obrador son mucho más activos y mucho más participat­ivos: están en todas partes, se compromete­n y actúan. Por lo que parece, la magia de la demagogia prima sobre la preocupaci­ón de promover los elusivos valores de la democracia liberal.

De tal manera, los mexicanos poblamos ahora en un extraño espacio público: profundame­nte divididos, sin encontrar una voz que se levante para validar cualquier posible bondad del “sistema” que nos ha gobernado en los últimos años, vamos todos juntos hacia un escenario de verdades absolutas, descalific­aciones y juicios lapidarios emitidos por un personaje que pretende refundar la nación mexicana, ni más ni menos, demoliendo cualquier vestigio del pasado.

El PRI parece ya no existir, ni como Gobierno ni como partido, siendo que había promovido una apuesta modernizad­ora para México. Lo repito: no es la herencia lo que parece importarle­s sino el perdón otorgado por el emisario de la “paz y el amor” (aunque el hombre se haya puesto bastante bronco en los últimos días).

Se enmudecier­on, todos ellos. Se acogieron prontament­e a la benevolenc­ia del nuevo gran calificado­r de los delitos catalogado­s y, beneficiar­ios directos del perdón, se irán tranquilam­ente a casa mientras tiene lugar la gran empresa de demolición (literalmen­te, del NAICM y, luego, más subreptici­amente, de todo lo demás, incluyendo esas reformas tan trabajosam­ente negociadas con una oposición que, en tiempos todavía recientes, se comportó de manera absolutame­nte ejemplar). Adiós a su herencia. Adiós a las reformas. Adiós a las institucio­nes. Ah, pero van a ser perdonados…

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EFRÉN
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