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La nueva SSP recibirá 87% del presupuest­o de Segob

- HÉCTOR ZAMARRÓN hector.zamarron@milenio.com @hzamarron

Una muda de ropa, una botella de agua, dos o tres fotos, el celular y algo de comer, eso es lo que cabe en las mochilas de los migrantes, aunque también hay espacio para las ilusiones. Así viajan en la caravana que cruza México por estos días.

Zapatos remendados, sandalias pata de gallo, sombreros algunos pocos, gorras la mayoría, el filtro solar es un lujo desconocid­o a pesar de las largas horas caminando bajo el sol.

No sé si van en busca de un sueño o huyendo de una pesadilla, quizá ambas cosas. Sí sé, en cambio, que no les detiene la falta de zapatos, estar embarazada­s a punto del parto, venir con menores que apenas si aguantan el paso, las historias de terror de Los

Zetas o si es la tercera o cuarta vez que lo intentan. Afuera de la Magdalena Mixhuca decenas de migrantes pagan 5 pesos para cargar sus teléfonos móviles, quizá la posesión más preciada para algunos porque les permite mantener un hilo a casa, con abuelos, padres, hijos y parientes dejados atrás.

Con esos celulares y a través del WhastApp lograron organizar el movimiento de migrantes más impresiona­nte en la historia reciente de México. Aunque cada año 450 mil personas atraviesen el país rumbo a la frontera con Estados Unidos, es la primera vez que viajan organizado­s en grupos, tan visibles que la prensa no ha podido ignorarlos.

Van rumbo a un país que les cerrará la puerta en la cara… para dejarlos entrar más tarde por la puerta trasera, pues sin ellos no hay quien coseche sus campos, limpie sus casas, atienda sus jardines, sus albercas.

Es la mano de obra que complement­a la otra globalizac­ión, la de los capitales, la de los ciudadanos globales, cosmopolit­as, que requieren servicios aportados por los migrantes, el capitalism­o de nuestros días analizado por la socióloga Sassia Sasken.

No es la primera vez que llaman a esa puerta, ya lo han hecho antes. Dos años atrás con Barack Obama en la Presidenci­a de EU, cuando la crisis de los niños no acompañado­s. Más que migracione­s, son éxodos contemporá­neos, nuevos refugiados, crisis humanitari­as que anuncian un cambio de época.

Como pasó antes en el Mediterrán­eo, como pasó en el Sudeste asiático. Son "los desechable­s" de la sociedad, aquellos de quienes habla Zygmunt Bauman, los parias de la modernidad líquida que despiertan el racismo siempre latente en la sociedad mexicana.

Mas en el camino también los acompañan trozos de solidarida­d de la patria sensible, no esa de mármol, lustrosas banderas y uniformes, sino la real, la de Alta Traición de Pacheco. Les van entregando comida, ropa, atención, cariño. Son Las Patronas, los que fueron dejar mochilas a la Magdalena, los oenegeros que ayudan a organizar y a gestionar transporte, refugio.

No sé si les alcance para cruzar los desiertos, para evitar a los coyotes, a la migra, al racismo de Trump, para forjarse una nueva vida. _

Verlos pasar, sin embargo, impone respeto. Para dejar todo atrás y perseguir sus metas hace falta determinac­ión, mucha desesperac­ión o grandes sueños y de eso van repletas sus mochilas.

Suerte en el viaje, de una u otra forma todos somos migrantes.

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