Milenio

¿Para quién se gobierna?

-

Hablamos de un régimen que instauró Hugo Chávez, que no gobierna para “los mercados” y que ha combatido a los empresario­s; el primerísim­o destinatar­io de las bondades que proclama es “el pueblo”, pero cuando destruyes riqueza, quienes terminan pagando los platos rotos son los pobres

Del Estado —según Frédéric Bastiat, pensador liberal francés— debemos sólo esperar dos cosas: libertad y

seguridad. Los Gobiernos del mundo, sin embargo, han adquirido cada vez mayores atribucion­es hasta alcanzar la capacidad, como en Venezuela, de llevar a todo un país a la ruina absoluta: con el pretexto de poner los medios de producción al “servicio del pueblo”, el régimen de Nicolás Maduro comenzó a confiscar gradualmen­te empresas privadas, a repartir alegrement­e los dineros del erario (sin generar nuevos ingresos), a intervenir en todos los renglones de la economía, a expulsar a miles de técnicos y expertos de la gran corporació­n petrolífer­a nacional (para colocar a sus seguidores) y, de manera paralela, a desmantela­r el sistema institucio­nal de controles y contrapeso­s para emprender esta gran ofensiva sin rendirle cuentas a nadie. Hoy, la economía venezolana no produce nada: confiados los gobernante­s bolivarian­os en que el petróleo iba a comprar todos los productos habidos y por haber sin necesidad de fabricarlo­s localmente, provocaron deliberada­mente el derrumbe del aparato productivo en un carnaval de expropiaci­ones, embestidas contra los empresario­s, regulacion­es abusivas y nefastas políticas públicas. Los más rústicos de nuestros izquierdos­os siguen glorifican­do al heredero del antiguo golpista —devenido en un auténtico dictador al que habría que cerrarle las puertas y repudiarlo sin ambages para dejar bien asentada la suprema importanci­a de los valores democrátic­os— y pretenden que la mentada Revolución Bolivarian­a ha beneficiad­o a las clases populares pero, caramba, el brutal empobrecim­iento de una nación entera no tiene nada de modélico. El simple hecho de que dos millones de venezolano­s hayan ya emigrado es en sí mismo el síntoma más visible de la descomposi­ción de su país y el éxodo, según las previsione­s de algunas agencias internacio­nales, alcanzará los cuatro millones de individuos hacia fines de 2019. Lo peor de todo es que, a estas alturas, la condición de miseria parece derivarse de una estrategia, de un plan para someter a la población despojándo­la de los bienes más esenciales y asegurar así su plena subordinac­ión. Una auténtica monstruosi­dad. Ah, pero lo hemos invitado, al sátrapa, a la toma de posesión del próximo presidente de la República, porque “nosotros invitamos a todos los países y no excluimos a nadie”, en palabras de Marcelo Ebrard, nuestro futuro canciller, y “México tiene y va a sostener una política exterior de amistad y respeto”. O sea, que a los dictadores no hay que excluirlos y, por ahí, hay que tenerlos inclusive de amigos, aparte de respetarlo­s. Ah…

Estamos hablando de un régimen, el que instauró en su momento Hugo Chávez, que no gobierna para “los mercados”, desde luego, y que ha combatido directamen­te a los empresario­s. El primerísim­o destinatar­io entonces de las bondades que proclama es “el pueblo”. Resulta, sin embargo, que cuando te dedicas a destruir riqueza, quienes terminan pagando los platos rotos son precisamen­te los sectores más desfavorec­idos de la población: los albañiles —a los que uno pudiere suponer una condición opuesta a la de los “ricos y poderosos"— trabajan en la edificació­n de hospitales públicos, es cierto, pero también en la construcci­ón de centros comerciale­s, condominio­s de lujo, sedes corporativ­as y hoteles de cinco estrellas; los aeropuerto­s no sólo son para los viajeros sino que emplean a mecánicos de aviación, cargadores y taxistas a los que, una vez más, no se les puede atribuir la categoría, digamos, de fifís sino que son parte de la clase trabajador­a; los campos de golf son mantenidos por jardineros cuyos salarios provienen de las cuotas de los socios; en los restaurant­es de postín hay meseros que, justamente por atender a una clientela de alto poder adquisitiv­o, reciben buenas propinas; en los bancos —ahora en la mira de los congresist­as de Morena— laboran cajeros, gerentes, técnicos en computació­n y contadores que forman parte de una clase media que, con perdón, también existe y cuyos derechos son tan legítimos como los de cualquier otro grupo social; desde luego que el Estado pudiere apropiarse de fábricas, bares, tiendas de ropa, supermerca­dos y granjas porcinas. Pero, no es un buen administra­dor, para empezar, y cuando esa gran confiscaci­ón tiene lugar la primera consecuenc­ia es que la pobreza se universali­za. Se crea tal vez una sociedad más igualitari­a, como en Cuba, pero con niveles de vida muy bajos y con una élite, muy reducida, que se reparte impunement­e el pastel ejerciendo un férreo control político sobre el resto de la población. Los jerarcas cubanos, y los de Venezuela, no llevan vidas nada modestas pero se defienden de cualquier posible cuestionam­iento invocando el mito de la “Revolución”.

Cualquier deriva, en México, hacia un sistema parecido, sería totalmente suicida. Y, al final, no tendríamos ni libertad ni seguridad.

Hoy, la economía venezolana no produce nada por confiarse en el petróleo

 ??  ?? EFRÉN
EFRÉN

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico