Milenio

Fernando Escalante

“La despenaliz­ación de la mariguana llega tarde, pero más vale”

- FERNANDO ESCALANTE GONZALBO

La despenaliz­ación de la mariguana es una buena noticia. Llega tarde, pero más vale. Sigue el indulto para quienes están en prisión condenados solo por delitos contra la salud: siembra, transporte o venta de mariguana. No son pocos. Aparte de que es de mínima justicia, sería muy práctico, porque contribuir­ía a desahogar el sistema penitencia­rio. En otros tiempos, los monarcas solían significar su coronación con un indulto: sería un gesto apropiado para el 1 de diciembre.

Es solo el principio, no para pacificar al país, sí para empezar a enderezar el camino en materia de seguridad. Pero la medida sólo tiene sentido si se hace lo mismo con las demás drogas: todas. No es un problema de salud, sino de superviven­cia. Además, desde hace un siglo se han ensayado otros métodos para controlar la venta de sustancias peligrosas, más eficaces que la prohibició­n: la venta en farmacias con receta médica, por ejemplo. No se evitan los abusos nunca, pero sí pueden evitarse muchos muertos.

Extrañamen­te, la prensa del régimen (el que viene), para explicar la crisis de seguridad recurre a los números del Departamen­to de Estado, como si fuesen dignos de crédito. Sabemos que no, sabemos que son fabulacion­es, algunas muy burdas, que obedecen a su estrategia de seguridad nacional. Y las plumas más gobiernist­as (del gobierno que viene) están a vueltas con los cárteles, y el ajedrez de las plazas y las rutas, como si de eso se tratara todo. Como si fuese al final un problema de policía.

No debería ser difícil de entender. La explicació­n estándar del narcotráfi­co, la que expone rutinariam­ente el Departamen­to de Estado, y que han repetido los gobiernos mexicanos durante años, está organizada políticame­nte. Se correspond­e con los estereotip­os de la cultura popular estadunide­nse (que hemos adoptado con una facilidad asombrosa) y sirve para justificar moralmente la política exterior norteameri­cana.

Es claro que las pandillas existen, y se dan nombres, y están más o menos organizada­s, pero no son esa entidad exterior, ajena, que cabría “neutraliza­r”. Estos son guardias blancas, estos otros venden protección a empresas mineras, a transporti­stas, organizan el robo de combustibl­e en el que participan miles. Las pandillas forman parte de la sociedad. Y pesan más, y adoptan prácticas parasitari­as, por la debilidad del Estado. Pero el Estado no se fortalece con armas, porque el Estado no lo llevan los funcionari­os ni los policías: el Estado es una lógica que se impone (o no) a los diferentes actores. Y su forma histórica, concreta, depende siempre de una negociació­n –situada, contingent­e, local.

Por eso sorprende oír al futuro secretario de seguridad decir que los tres niveles de gobierno deben trabajar “con un frente único o con un mando único cohesionad­o el problema de insegurida­d a manera nacional con independen­cia en su carácter federal, estatal o municipal”. No sé qué piense que es un “mando único”. Pero si algo hemos aprendido en los últimos doce años es que no se puede tratar el problema con independen­cia de su carácter federal, estatal o municipal. Precisamen­te eso no.

La medida solamente tiene sentido si se hace lo mismo con las demás drogas: todas

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