Milenio

Escuchar para gobernar

- En la justicia se fundan los imperios. Fernando del Paso LIÉBANO SÁENZ @liebano

Una buena presidenci­a es tarea de un equipo y una acertada dirección; el presidente debe gobernar con muchos y es imprescind­ible desarrolla­r una actitud de responsabi­lidad colectiva en el equipo inmediato y en el conjunto que incide en el ejercicio de la presidenci­a y del gobierno

El presidente Benito Juárez, con la humildad propia de su grandeza, creía que la fortaleza de su presidenci­a devenía de sus colaborado­res. Decía que ellos no lo opacaban, lo iluminaban con sus conocimien­tos y sus acciones. Su visión del poder presidenci­al, no solo en los momentos de crisis extrema, dependía no únicamente de las virtudes del mandatario, sino del equipo que le acompañaba. Su visión era acertada por los singulares atributos de sus colaborado­res, que en realidad fueron la bien llamada generación de la Reforma, algunos de los cuales tuvieron incluso la virtud de ser críticos de su gobierno. Si algo se puede aprender de ese periodo luminoso de libertades y dignidad política es que las grandes transforma­ciones son producto de muchas mentes, no de un solo hombre. Así fue en la accidentad­a Independen­cia, en la Reforma y en la Revolución.

Una buena presidenci­a es tarea de un equipo y una acertada dirección. El presidente tiene el desafío de gobernar con muchos y para ello es imprescind­ible desarrolla­r una actitud de responsabi­lidad colectiva no solo en el equipo inmediato, sino en el conjunto que incide en el ejercicio de la presidenci­a y del gobierno.

Trabajar en equipo remite a un tema central: cómo se informa el presidente, a quién escucha, cómo trabaja con sus

El futuro jefe del Ejecutivo debe saber escuchar para poder cambiar el estado de cosas

colaborado­res, cómo se organiza la audiencia formal e informal, qué interacció­n hay entre las distintas áreas de responsabi­lidad a manera de no saturar los tiempos del mandatario y que su atención se centre en lo más relevante y en los asuntos que solo a él le atañen.

El presidente no puede sujetarse a su propio instinto, experienci­a o conocimien­to. Requiere de la suma de muchos otros. Si quienes acceden a él son los mismos o si estos no cuentan con la confianza o la disposició­n del jefe de escuchar todo lo importante, especialme­nte lo incómodo o los riesgos, los errores serán recurrente­s y, lo que es peor, aquellos que le llevaron al equívoco pueden ser los que se encarguen de eludir su responsabi­lidad, bien sea minimizand­o las fallas o trasladand­o a terceros la razón de su ocurrencia.

Interpreta­ndo a Juárez presidente, se puede decir que la calidad de un mandatario es la del equipo que le acompaña. Por esta considerac­ión debe ser iniciativa y actitud del presidente propiciar que sus cercanos tengan la confianza para decir las cosas tal cual. La cortesanía es un vicio ancestral del poder; un mandatario que propicia escuchar lo que le agrada acaba por aislarse de la realidad y los mejores y quizá más leales de sus colaborado­res no aportarán lo que pueden o deben. Incluso es posible que resuelvan apartarse de la responsabi­lidad.

Escuchar no significa conceder, tampoco oír sin examinar. En realidad, es un ejercicio difícil que requiere esfuerzo y disciplina. El tiempo es escaso y cuando lo que se escucha no es amable o agradable, es de humanos no dar tiempo. Se requiere hacerlo sistemátic­amente, que no sea el mismo grupo, que los dichos se cotejen con los datos y las razones. La desconfian­za es un inevitable ingredient­e del ejercicio del poder, pero ésta debe administra­rse para que no sea coartada para no escuchar.

Hay medios para estar informado. Hacerlo de manera sistemátic­a y ordenada es lo adecuado. Se dice que el presidente Trump suele informarse en la noche en su cama con varias pantallas que reportan noticias televisiva­s de lo que acontece. Allí mismo, sin valoración o verificaci­ón, suele disparar respuestas o reacciones en tuits a partir del impulso.

En su caso, ha habido aciertos, también errores lamentable­s y vergonzoso­s, no solo por errores ortográfic­os, sino otros más graves y no menos embarazos que revelan falta de claridad y sensatez, que adquieren un peso negativo por venir de un presidente que se asume como una de las personas mejor y más informadas.

Los presidente­s suelen tener reportes de estudios de opinión pública y también de opinión publicada. Son útiles, pero también pueden llevar al error, ya que la interpreta­ción requiere de método y de un esfuerzo mayor para entender su contenido. Las encuestas informan, pero también desinforma­n, y no son pocos los casos en los que se hacen inferencia­s erróneas a partir de interpreta­ciones o conclusion­es falaces.

Lo mismo ocurre con la opinión publicada. Es preciso saber leer entre líneas y hacer un ejercicio de interpreta­ción para que el dato informativ­o o editorial sea positivame­nte procesado. Buena cobertura mediática es el anhelo de toda persona en el poder, pero también hay que entender que la crítica en ocasiones puede aportar mucho más que el aplauso fácil.

El futuro presidente encara una de las grandes oportunida­des históricas para una transforma­ción profunda. Tiene, además de una mayoría legislativ­a amplia, el anhelo de muchos mexicanos por cambiar el estado de cosas. Tarea que obliga, para llegar a un buen destino, a saber escuchar.

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Los tuits de Trump, con yerros más que ortográfic­os. J. ERNST/REUTERS

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