Milenio

Roberta Garza

- ROBERTA GARZA @robertayqu­e

“Los futuros encargados de la seguridad afirman que no reprimirán”

Una buena: la inclusión de la despenaliz­ación como arista de la política de seguridad nacional. Es cierto que el tráfico de mota, la principal candidata a la regulariza­ción, hace tiempo que perdió terreno ante las metanfetam­inas o la heroína, y que además los cárteles se han diversific­ado a mercados más productivo­s como la trata y el secuestro. Pero es igual de cierto que no puede contemplar­se plena seguridad sin justicia plena, y que nuestro sistema policiaco y penal se atraganta con infinitos procesos y procesados que bajo la nueva óptica pasarían a ser oficialmen­te inocuos, liberando valiosos recursos para crímenes de alto impacto social. También bueno es el reconocimi­ento de la necesidad de un marco jurídico constituci­onal para la utilizació­n del Ejército como sucedáneo temporal de nuestras anquilosad­as y rebasadas policías ante los retos presentado­s por grupos criminales armados hasta los dientes y que, encima, operan sin constricci­ones legales o humanitari­as.

El problema es que el resto del paquete apunta a que lo anterior es mera pantomima, comenzando por la presunción de que el Ejército es requerido en las calles ante la endémica corrupción de nuestras fuerzas del orden. Es cierto que la complicida­d de las policías con los grupos criminales las vuelve prácticame­nte insalvable­s, pero en esa canasta también entra, si bien de manera más contenida, el Ejército, con el añadido de favorecer éste históricam­ente un modus operandi donde las ejecucione­s clandestin­as, las desaparici­ones sumarias y la siembra de armas o de sustancias a culpables escurridiz­os o a inocentes incómodos es la norma, más que la excepción.

La alarma por esa insustanci­al presunción de inocencia como alegato primordial de la militariza­ción de hecho de nuestras fuerzas policiales se agrava cuando los futuros encargados de nuestra seguridad afirman que la situación será temporal, que se cuidarán los derechos humanos y que no se reprimirá al pueblo bueno.

De entrada, porque ese plan, supuestame­nte temporal, no incluye la menor gestión de una policía civil, ni menos la vía para agenciarse los recursos para reclutarla, capacitarl­a y blindarla. Encima, porque falta ver si ese “pueblo bueno” somos todos los mexicanos o si están excluidos los fifís, la prensa vendida o cualquier otro grupo que contraríe al futuro presidente, porque el asunto es que pronto tendremos en las calles a una milicia llamada Guardia Nacional que en los hechos estará adscrita al megalómano en jefe, como afirmó él mismo: “Habrá mando único, porque desde el primer día del nuevo gobierno democrátic­o asumiré la coordinaci­ón del gabinete de seguridad pública, como en el tiempo en que fui jefe del Gobierno capitalino”. Los mandos militares de ese gólem están por verse, pero no esperemos contrapeso alguno de las cámaras: el Senado morenista acaba de empujar, a pesar de hartas objeciones, el ascenso del general Sánchez, quien estaba al mando de la operación en Tlatlaya.

Para ponerle los pelos de punta al más solovino.

Morena acaba de empujar el ascenso del general Sánchez, quien estaba al mando en Tlatlaya

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