Milenio

Bertolucci

- RAFAEL PÉREZ GAY rafael.perezgay@milenio.com twitter: @RPerezGay

Si un artista puede representa­r una época en mi mundo, ése es Bernardo Bertolucci (1941-2018). En ese mundo un público en busca de sí mismo intentaba resolver preguntas esenciales en la oscuridad de una sala de cine. La muerte, la soledad, el sexo, el deseo. A principios de los años 70, Bertolucci nombró ese tiempo con una obra: El último tango en París, la película franco-italiana de 1972 con Marlon Brando, María Schneider, Jean Pierre Léaud y música de Gato Barbieri.

Se convirtió en una película de culto los 129 minutos de duración de ese amor salvaje, rotundo, desdichado, violento, triste, mortal. El nombre de Bertolucci siempre aparecía junto a otros ecos propiciato­rios: Godard, Fellini, V is con ti, B erg man. Otros nombres de ese mundo: Borges, Onetti, Cortázar. Sin ellos, la vida era indescifra­ble.

En la Cineteca de Churubusco, que sucumbió a las llamas provocadas por el ni trato de plata, fue posible buscar alguna clave sobre el totalitari­smo en El huevo de la serpiente de Bergman, un atisbo del porvenir en Escenas de un matrimonio, el nacimiento del fascismo en Novecento (1976), de Bertolucci. Recuerdo que había ciclos dedicados a un solo autor, homenajes completos, retrospect­ivas. Los valientes que se despachaba­n seguidas dos trombas cinematogr­áficas de Bergman quedaban en estado casi catatónico. Por eso había que combinar la espesa verdad bergma- niana con Bertolucci y con algo de Harry el Sucio, cuando Clint Eastwood no era aún director extraordin­ario sino un detective rudo que rompía las reglas del departamen­to de policía. En honor a la verdad, el reloj sin manecillas de Fresas

silvestres, esa parábola de la muerte y el tiempo perdido quedó en mi memoria adherido a la última escena de Mágnum

44 y al detective Harry Callaghan diciendo este parlamento que me gusta repetir cada que puedo: “Todos deberían conocer sus límites”. En mis recuerdos, a estas escenas las acompañan los cuerpos desnudos de Brando y Schneider tendidos en la música inolvidabl­e de Barbieri. Les tengo una mala noticia: hace poco volví a ver El último tango. Salvo dos o tres grandes secuencias, no me gustó. Me pareció afectada, algo petulante, fechada. No sé. Si junto valor, la veo, pero me da miedo acordarme de una novia que me decía así: salut Monstre. A ella le puse Bimbo en honor a la escena del concurso de baile en la que Brando hace un escándalo.

En la Cineteca había ciclos de un solo autor, homenajes completos, retrospect­ivas

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