Bertolucci
Si un artista puede representar una época en mi mundo, ése es Bernardo Bertolucci (1941-2018). En ese mundo un público en busca de sí mismo intentaba resolver preguntas esenciales en la oscuridad de una sala de cine. La muerte, la soledad, el sexo, el deseo. A principios de los años 70, Bertolucci nombró ese tiempo con una obra: El último tango en París, la película franco-italiana de 1972 con Marlon Brando, María Schneider, Jean Pierre Léaud y música de Gato Barbieri.
Se convirtió en una película de culto los 129 minutos de duración de ese amor salvaje, rotundo, desdichado, violento, triste, mortal. El nombre de Bertolucci siempre aparecía junto a otros ecos propiciatorios: Godard, Fellini, V is con ti, B erg man. Otros nombres de ese mundo: Borges, Onetti, Cortázar. Sin ellos, la vida era indescifrable.
En la Cineteca de Churubusco, que sucumbió a las llamas provocadas por el ni trato de plata, fue posible buscar alguna clave sobre el totalitarismo en El huevo de la serpiente de Bergman, un atisbo del porvenir en Escenas de un matrimonio, el nacimiento del fascismo en Novecento (1976), de Bertolucci. Recuerdo que había ciclos dedicados a un solo autor, homenajes completos, retrospectivas. Los valientes que se despachaban seguidas dos trombas cinematográficas de Bergman quedaban en estado casi catatónico. Por eso había que combinar la espesa verdad bergma- niana con Bertolucci y con algo de Harry el Sucio, cuando Clint Eastwood no era aún director extraordinario sino un detective rudo que rompía las reglas del departamento de policía. En honor a la verdad, el reloj sin manecillas de Fresas
silvestres, esa parábola de la muerte y el tiempo perdido quedó en mi memoria adherido a la última escena de Mágnum
44 y al detective Harry Callaghan diciendo este parlamento que me gusta repetir cada que puedo: “Todos deberían conocer sus límites”. En mis recuerdos, a estas escenas las acompañan los cuerpos desnudos de Brando y Schneider tendidos en la música inolvidable de Barbieri. Les tengo una mala noticia: hace poco volví a ver El último tango. Salvo dos o tres grandes secuencias, no me gustó. Me pareció afectada, algo petulante, fechada. No sé. Si junto valor, la veo, pero me da miedo acordarme de una novia que me decía así: salut Monstre. A ella le puse Bimbo en honor a la escena del concurso de baile en la que Brando hace un escándalo.
En la Cineteca había ciclos de un solo autor, homenajes completos, retrospectivas