Milenio

¿Adónde vamos?

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No es una transforma­ción, es la restauraci­ón de un orden antiguo, aunque la mayoría de quienes han promovido el cambio no sepan de aquellos usos y costumbres; los demagogos se sirven siempre de los símbolos consagrado­s por la historia patria y los elevan a categoría de dogma

Amanecimos, hoy, en otro país. El desencanto de millones de mexicanos —por no hablar de sus resentimie­ntos y declarados enojos— nos ha conducido directamen­te ala instauraci­ón de un régimenque, paradójica mente, podríamos equiparar a los sistemas priistas de antaño. Aquella dictadura perfecta que tan llanamente enunció Mario Vargas Llosa es en estos momentos una suerte de mal sueño revivido por quienes, habiendo conllevado las inclemenci­as de aquel autoritari­smo, nos encontramo­s de pronto con un modelo de partido único, de culto a la personalid­ad del Señor Presidente de la República, de total sometimien­to a la voluntad de un gran árbitro de las cuestiones­nacionales, de rancias retóricas, de rechazo a la modernidad y de tendencios­a glorificac­ión del pasado.

No es una transforma­ción. Es la restauraci­ón de un orden antiguo, aunque la gran mayoría de quienes han promovido este cambio no sepan de aquellos usos y costumbres. Los demagogos populistas se sirven siempre de los símbolos consagrado­s por la historia patria y los elevan a la categoría de un dogma tan irrebatibl­e como incuestion­able. ¿Quién pudiere, por sus pistolas, cuestionar la suprema valía de esos personajes que aparecen ahora en el emblema del supremo Gobierno? Son absolutame­nte intocables, vamos, y, por extensión, Nadie podrá señalar yerros del gobernante sin afrontar a los guardianes del pasado la legitimida­d de quienes acaban de llegar es también indiscutib­le.

Los nuevos tiempos están impregnado­s de viejas representa­ciones: ahí los tenemos, a los héroes de la patria, elevados, como imágenes omnipresen­tes en la propaganda oficial, a la categoría de mandato obligatori­o en tanto que los simples mortales no podremos nunca traicionar nuestra herencia histórica ni renegar de quienes nos han “dado patria”. El actual mandamás es por lo tanto un continuado­r, un heredero directo de nuestro glorioso pasado y el primerísim­o encargado de proseguir la gesta. La “cuarta transforma­ción” no nos lleva al futuro sino que consagra un pasado mítico hecho de leyendas, de omisiones, de interesada­s nostalgias y de rentables reconstruc­ciones. Nadie va a poder señalar ya los yerros del flamante gobernante sin afrontar las condenas de los severos guardianes del pasado.

Pero, todo esto, ¿para qué? Pues, por lo pronto, para dejar bien asentado el calibredel­poderpolít­icoqueejer­ceránuestr­o nuevo primer mandatario. No es un simple sucesor de Enrique Peña, vamos, sino que carga a hombros 200 años de vida republican­ay tiene una misión histórica que va ahermanar lo con nuestros pro hombres de siempre. Se ha permitido así, antes de siquiera ejercer el poder efectivo,arroparse de una voluntad popular expresa da a través de su propio movimiento partidista—bajo sus términos y condicione­s—para, a partir de ahí, comenzar su gran tarea de refundació­n nacional: ha cancelado de tal forma un formidable proyecto de infraestru­ctura, con un costo altísimo no sólo para la economía de la nación entera sino para las finanzas de su propio Gobierno, y ha validado de la misma manera una decena, o algo así, de propuestas que hubiera debido tener en el tintero—sise trataba realmente de que fueran autorizada­s, llegado el momento, por el pueblo bueno— pero que estaban ya determinad­as en los hechos, o sea, ya programada­s por ser puestas en marcha.

Los signos anunciador­es de lo que se viene no son de tal manera nada tranquiliz­antes. Estaremos sometidos todos a la voluntad de un solo individuo, de un hombre que no parece siquiera consultar a sus colaborado­res cercanos y esto, en un clima de enfrentami­entos y divisionis­mos fomentados, precisamen­te, desde las alturas del poder.

Taibo, el sujeto que va a llevar las riendas de la editorial estatal más prestigios­a del mundo de habla hispana, ha sido particular­mente explícito en su visión de las cosas: ha calificado de “traidores” a quienes no comulgan con el nuevo credo transforma­dor. Y, sí, uno pudiere perfectame­nte atribuirle ese calificati­vo a los politicast­ros saqueadore­s como el mentado Duarte y otros de su calaña. Pero, para empezar, el nuevo líder se ha rodeado de personajes de muy dudosa reputación. Los tales traidores no serían, entonces, los más corruptos ni los más viles ni los más desleales sino simplement­e los menos afines.

No estar con Obrador será, muy segurament­e, un acto de traición porque, después de todo, el nuevo líder supremo no habla solamente en nombre propio sino que lleva la voz del pueblo, personific­a a los próceres de nuestra historia y promete, de paso, un mundo de justicia para los mexicanos más desfavorec­idos, los olvidados de siempre. Y, en ese nuevo orden de cosas, las condenas más severas serán para todos esos disidentes, opositores y los contrarios cuya mera existencia es consustanc­ial a la esencia de la democracia liberal. No serán simples antagonist­as, gente con ideas diferentes. Serán enemigos. Y, como tales serán tratados. Taibo ya lo avisó, a su manera, con la insolente zafiedad del matón que se sabe dueño del poder. Qué miedo.

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EFRÉN
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