EVOCACIÓN DE JORG
JMéxico (1950-2005). Su mayor preocupación era que la violencia y el crimen organizado habían tomado los territorios y espacios políticos más importantes del país. “Los criminales —precisaba— hicieron leva con los jóvenes (en la primera década de este siglo nació en México la primera generación de niños sicarios), los llevaron a sus campos de batalla y los han hecho creer que el dinero y una vida fácil están al alcance de una AK-47. Así nos dimos cuenta de que la violencia y el crimen son problemas más graves que el de la educación. Pero la educación tiene las virtudes que pueden llevar o ganar a las personas para los valores y el respeto a la ley”.
Por ello, Jorge creyó en las bondades de una reforma educativa que de veras se preocupara por la educación y no por dar gusto a los grupos de poder económico y político, a quienes la educación no les interesa, sino tan sólo sus beneficios personales, obtenidos, eso sí, con la coartada de la educación. El objetivo, planteaba, es “rescatar lo mejor de nuestros estudiantes, lograr que nuestros alumnos le ganen la batalla a la perfidia, que sean ellos lo que le devuelvan al país la solvencia moral y la dignidad democrática”.
En Pasión crítica por la universidad: La autonomía y otras luchas, su autor explicó: “La educación y el periodismo han sido parte fundamental de mis actividades profesionales y políticas, particularmente durante las últimas tres décadas. En cuanto a ambas disciplinas, algo de lo más relevante que he podido descubrir es lo vasto y complejo que resulta el ámbito de la primera y lo difícil del ejercicio de la segunda”.
Aunque ya casi nadie lo dice así, él tenía la certeza de que la educación es prioridad de la patria. Decirlo así era retrotraerse a las lecciones vasconcelistas que le enseñaron, como lo apunta en su libro, que “una legítima aspiración humana es conseguir que en la sociedad predomine una estructura económica y social justa, donde convivan hombres y mujeres que sean respetados en sus derechos y que a su vez sean respetuosos de las leyes, en un marco donde el ejercicio de las libertades sea señal de que está ausente todo signo de autoritarismo”.
Jorge Medina Viedas no veía la educación superior como un medio para alcanzar el fin de encaramarse en la pirámide social, sino como el espacio ideal, en un clima de convivencia y de respeto, que le permitiera a la persona, por encima de todo, una mejoría humana, incluidas desde luego la prosperidad económica y la seguridad ciudadana, pero no éstas como objetivos primordiales descarnados de todo sentido ético y de toda búsqueda moral.
Lo peor que podía pasar con la educación superior, sostenía, es que sólo sirva, justamente, para la prosperidad económica, sin ningún destello de espíritu: sin cultura, sin solidaridad, sin sentimiento de indignación ante la injusticia, y como una simple forma de vivir “bien” porque se ha ido a la universidad, porque se ha convertido uno en profesionista, porque se ha “quemado las pestañas” (que, con frecuencia, es lo único que se queman no pocos universitarios), porque han seguido un rito de pasaje, para, en fin, decirlo con palabras de Gabriel Zaid, porque han sabido para subir o porque el único fin de “saber” siempre fue el mismo: “subir”.
Más de una vez conversamos de que la verdadera educación superior empieza en las primeras letras y en los primeros números. Vasconcelos y Torres Bodet lo supieron de Montaigne, y hoy no lo saben muchos que por principio no han leído a Montaigne. No se puede aspirar a la formación de mejores personas sin el inicio de un espíritu cordial,