A la flor de piel
Quizá nos fijamos poco en algunos escritores, ignorando que a quien dejamos pasar puede ser el hijo pródigo de la numerosa fraternidad literaria, como Maurice Maeterlinck, cubierto de gran mérito: todas sus líneas carecen de formas contrahechas de lo real porque emplea un lenguaje personal, introspectivo, anecdótico. La inteligencia de las flores (Interzona) relata a través de metáforas lo errados que estamos al considerar que, de cuantas criaturas hay, tenemos el monopolio del entendimiento.
La ironía no parece evidente hasta elaborarse una serie de hipótesis en torno al nudo que amarra nuestras percepciones sobre lo inanimado pero vivo. Una danza inexplicable de otra manera más que en su ejecución. La combinación de pasos es compleja entre cuantas estrategias adaptativas, invenciones y astucias del genio hay, subrayando que la evolución es un proceso conjunto, una irrefrenable búsqueda de cómos sabiendo para qué. Dentro de la gama de flores en las que Maeterlinck discierne, curiosamente no menciona el asfódelo, “esa flor verdosa, igual que un botón de oro sobre su tallo bifurcado”, que inspiró a William Carlos Williams para escribir uno de los poemas con mayor riqueza verbal dado lo inagotable del argumento.
El discurso de Maeterlinck adopta una perspectiva filosófica mientras va revelando las características de aquello que describe —las flores— y después concentrarse en lo puramente literario por una disposición espiritual y moralista (en un mundo que creemos inconsciente y desprovisto de inteligencia, pensamos desde luego que la menor de las ideas crea combinaciones y relaciones nuevas) donde surge el acto poético de Williams (Vivimos mucho tiempo juntos una vida llena, si quieres, de flores. Así que me alegré apenas supe que también había flores en el infierno (…) No me gustó y quise estar en el Cielo).
El temperamento sensible contribuye a la labor de preservar lo que antes de nombrarse no estaba ubicado en la realidad o mejor dicho: estas dos obras nacen de una necesidad por modificarlo, defendiendo el reducto poético y literario primero como una invención de la mente que, sin embargo, emana de la acción y, segundo, explicando procesos científicos con la exactitud del investigador, pero con el oficio del literato.
Escribir representa la lectura en ocasiones de subrayados y notas al pie de página, también de extensos volúmenes que digan cosas junto con ideas. Pensar propiamente en la flor y que sea adecuada a la realidad, ¿cómo? Por si fuera poco claro: imaginándola. Cualquier semilla que cae al pie del árbol o de la planta es perdida o germinará en la miseria. De ahí el inmenso esfuerzo por sacudir el yugo y conquistar el espacio.
“Cualquier semilla que cae al pie del árbol o de la planta es perdida o germinará en la miseria”