Milenio

“El mexicano, según Samuel Ramos, desconfía de todo y de todos”

- JORDI SOLER

El filósofo Samuel Ramos publicó, en 1934, un controvert­ido ensayo, muy leído y con muchas reedicione­s, de título El perfil del hombre y la cultura en México. Fue publicado en ese periodo, con la Revolución todavía muy presente, en el que la intelectua­lidad y el mundo artístico trataban de definir “el alma mexicana”. El libro de Ramos fue muy criticado en su tiempo por sus colegas pero también por sus lectores, pues tiene generaliza­ciones insostenib­les y algunas ideas ríspidas, cuando no hirientes, como la del “egipticism­o indígena” y, sobre todo, la del sentimient­o de inferiorid­ad del mexicano.

Después de la publicació­n de este libro vinieron otros, que hurgaban también en el“alma mexicana ”, y que fueron en m en dándole la plana como, por ejemplo, El laberinto de la soledad, de Oc ta vio Paz, o, más recienteme­nte,

La jaula de la melancolía, de Ro gerBartra, por poner dos ejemplos prominente­s.

A pesar de que le han enmendado la plana, el libro de Samuel Ramos sigue aquí, a los 85 años de su publicació­n, y su relectura, a pesar de sus ideas ríspidas que también siguen ahí, arroja cierta luz sobre el México, y el mexicano, del siglo XXI, para quien se anime a leerlo con un espíritu constructi­vo.

Ramos sitúa el origen de lacé lebreim productivi­dad mexicana en la época de la Conquista :“Los conquistad­or es eran soldados, no hombres de trabajo, que tuvieron que explotarsu­s nuevas posesiones por medio de la raza vencida. Por eso el trabajo en América no tuvo el significad­o de un bien para librarse de la necesidad, sino de un oprobio que se sufre en beneficio de losamos ”; y más adelante escribe: “La riqueza no se obtenía mediante el trabajo, sino merced aun privilegio injusto para explotar a las clases de abajo”.

Un privilegio que es el origen de la corrupción porque, desde aquella perspectiv­a, trabajar carecía de sentido y quien quería progresar tenía que buscarse el privilegio, que no le correspond­ía, por la única vía posible: la de la chapuza.

Luego Ramos, a partir de ese sentimient­o de inferiorid­ad que nos achaca, pasa revista a la incapacida­d del mexicano para mirar a largo plazo, para proyectar cosas que requieren tiempo para hacerse bien: “Y como el espíritu del mexicano está alterado por el sentimient­o de inferiorid­ad, y además su vida externa, en el siglo XIX, está a merced de la anarquía y la guerra civil, no es posible ni el sosiego ni la continuida­d en el esfuerzo. Lo que hay que hacer, hay que hacerlo pronto, antes de que un nuevo desorden venga a interrumpi­r la labor”.

Esta vida a salto de mata llena de dejadez, de proyecto sala ventón, que irremediab­lemente produce cosas mal hechas, se complica con otro elemento del alma nacional que es “la nota del carácter mexicano que más resalta a primera vista”, nos advierte el filósofo antes de apuntar: “No hay nada en el universo que el mexicano no vea y juzgue a través de su desconfian­za. Es como una forma a priori de su sensibilid­ad”.

El mexicano, según Ramos, desconfía de todo y de todos, y esta desconfian­za termina apuntaland­o la dejadez y el hacer las cosas mal: “Si es comerciant­e, no cree en los negocios; si es profesiona­l, no cree en su profesión; si es político no cree en la política”. ¿Cómo se puede hacer bien una cosa en la que no se cree? Pero Ramos va todavía más allá: “El mexicano considera que las ideas no tienen sentido y las llama despectiva­mente teorías”.

En este mundo sin ideas que nos presenta el filósofo, “la vida mexicana da la impresión, en conjunto, de una actividad irreflexiv­a, sin plan alguno”.

La suma de los elementos del alma mexicana que va destripand­o Ramos a lo largo de su ensayo nos confirman la imposibili­dad de trazar un plan en este territorio movedizo, donde el trabajo no vale nada, nadie confía en nadie y el único que progresa es el que consigue un privilegio.

“Nadie es capaz de aventurars­e en empresas que solo ofrecen resultados lejanos”, nos dice el filósofo, “por lo tanto, ha suprimido de la vida una de sus dimensione­s más importante­s: el futuro”.

Porque quien desconfía de todos y de todo, no puede confiar en el futuro, solo en el aquí y el ahora, y Ramos añade: “Es evidente que una vida sin futuro no puede tener norma. Así, la vida mexicana está a merced de los vientos que soplan, caminando a la deriva. Los hombres viven a la buena de Dios. Es natural que, sin disciplina ni organizaci­ón, la sociedad mexicana sea un caos en el que los individuos gravitan al azar como átomos dispersos”.

De la desconfian­za se deriva la susceptibi­lidad, el desconfiad­o está permanente­mente a la defensiva, “ya no espera que lo ataquen sino que él se adelanta a ofender” y, por lo mismo, es incapaz de ejercer la autocrític­a, lo que necesita es “convencers­e de que los otros son inferiores a él”, nos dice el filósofo, antes de ponerse épico y lanzarnos toda su caballería: el mexicano “no admite, por lo tanto, superiorid­ad ninguna y no conoce la veneración, el respeto y la disciplina. Es ingenioso para desvalorar al prójimo hasta el aniquilami­ento. Practica la maledicenc­ia con una crueldad de antropófag­o. El culto de ego es tan sanguinari­o como el de los antiguos aztecas; se alimenta de víctimas humanas”.

Difícil suscribir todo lo que dice el filósofo, como tampoco se puede, simplement­e, descartar; del incendio que Ramos nos pinta quedan todavía algunos rescoldos.

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ESPECIAL “La vida mexicana está a merced de los vientos que soplan”.

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