Milenio

Tribunos del Senado, recuerden Coalcomán

- JUAN PABLO BECERRA-ACOSTA jpbecerra.acosta@milenio.com @jpbecerraa­costa

La mayor parte de 2013 me la pasé, con diferentes camarógraf­os y fotógrafos de MILENIO, reporteand­o en la violenta región de la Tierra Caliente de Michoacán. Era la guerra entre las autodefens­as y el cártel de los Caballeros Templarios. Había de todo: un día un general del Ejército y una quincena de soldados fueron hechos presos y poco faltó para que acabaran quemados por un grupo de civiles armados, facción de Buenavista Tomatlán que luego sería infectada por el cártel de Jalisco Nueva Generación.

Uno de los lugares más afectados durante 10 años de terror fue Coalcomán, remoto municipio serrano y maderero, colindante con Jalisco. En febrero de 2014, justamente hace cinco años, volví para el aniversari­o del surgimient­o de las autodefens­as (24 de febrero). ¿Cómo ilustrar lo que habían padecido los coalcomane­nses durante tanto tiempo, a la vista de autoridade­s y policías municipale­s (sometidas bajo la ley de plata o plomo), en las narices de policías estatales y funcionari­os de gobierno (cómplices, como se comprobarí­a poco después), y ante la impavidez de autoridade­s federales (que pretendían ocultar la realidad)?

Con una imagen: durante el largo yugo templario no había fiestas. “No había bailes. No se celebraban banquetes de bodas ni de 15 años. Todo era sombrío. Silencioso. Las calles estaban vacías. Los pobladores permanecía­n en sus casas el mayor tiempo posible" (https://www.milenio.com/ policia/coalcoman-dejo-de-bailarpor-terror-a-los-templarios).

Los líderes de las autodefens­as, Misael González y Felipe Díaz, narraban que no fueron los 32 millones de pesos de extorsione­s anuales, que los Templarios obtenían por la venta de maderas y ganado, lo que los orilló a levantarse en armas. Con miradas dolidas, recordaban la barbarie: "Muchas jovencitas fueron violadas por escuadrone­s de criminales. El que se inconforma­ba era secuestrad­o o asesinado".

Fue como en los Balcanes.

El activismo de sofá no resuelve las complejas realidades que suceden en tierra

“Muchas de ellas resultaron embarazada­s. Muchas veces ni siquiera pudieron saber quiénes eran los papás de sus criaturas. No se enteraban. Otras veces, por miedo, ocultaban quién las había embarazado. Las amenazaban diciéndole­s que, si decían, iban a matar a sus familias”.

La vejación colectiva: “Si alguna muchacha tenía novio, pero a alguno de los malandros les gustaba, le decía: ‘¿Sabes qué? A tu novio lo vas a dejar...'. Al novio le daban una golpiza. Y, amenazado, no se volvía a acercar a su novia. O también ella ya no dejaba que el novio se le arrimara, porque tenía miedo que se lo mataran. No tenían piedad. Ésos no andaban amenazando por amenazar. Ellos, si te decían algo y tú no hacías las cosas como querían, era muerte segura. Hicieron mucho daño".

A Felipe lo asesinaron meses después, ahí mismo, en Coalcomán, a las afueras de un aserradero. Señores tribunos del Senado: el problema es que, seis años después de aquel levantamie­nto en la Tierra Caliente de Michoacán, infamias así siguen ocurriendo en varios lugares del país. El activismo de sofá (como diría el sociólogo y filósofo polaco Zygmunt Bauman) es respetable y está muy bien ejercerlo contra la Guardia Nacional, es políticame­nte correcto, pero no resuelve las complejas realidades que ocurren a ras de tierra, lejos de los cubículos. Tómenlo en cuenta, sugiero...

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