Milenio

El regreso del general

- FERNANDO ESCALANTE GONZALBO

El 12 de octubre de 1973 salió al balcón de la Casa Rosada, sobre la Plaza de Mayo, el general Juan Domingo Perón. Habían pasado 18 años desde que tuvo que salir al exilio. Dieciocho años en que la vida política de Argentina había estado marcada por la ausencia de Perón, cuya figura despertaba las esperanzas más extravagan­tes, miedos antiguos. Esa tarde salió al balcón y dijo: “¡Compañeros!”, y solo con esa palabra la Plaza de Mayo estalló en una aclamación delirante. Según el periódico de la Juventud Peronista: “Ese ‘compañeros’ era – clarito—el fin de la batalla de los 18 años”.

Perón había ganado las elecciones con más de 60 por ciento de los votos. Y llegó a la Presidenci­a encabezand­o una alianza imposible. Estaba en primer lugar su propio partido, el Frente Justiciali­sta de Liberación, que hacia la izquierda lindaba con Montoneros y hacia la derecha incluía a López Rega. Pero además su candidatur­a había sido apoyada por la Alianza Popular Revolucion­aria. También lo apoyaban los sindicatos, la más combativa Confederac­ión General de Trabajador­es, de José Ignacio Rucci, y el “sindicalis­mo de negociació­n”, más pragmático, formado por Augusto Vandor. Lo apoyaba una parte del empresaria­do, sobre todo la Confederac­ión General Económica: empresario­s nacionales, que se habían beneficiad­o de las políticas de su anterior gobierno. Y viejos políticos nacionalis­tas, y una parte del ejército, encabezada por el general Carcagno, que se identifica­ba con la política de Velasco Alvarado en Perú.

Por supuesto, cada grupo esperaba una cosa distinta, y quería ver en Perón una cosa distinta. Perón ofreció “reconstruc­ción y liberación nacional”, y cercanía con el pueblo: “he de presentarm­e yo mismo el primero de mayo de cada año para preguntarl­e al pueblo si está conforme con el gobierno que realizamos”. Perón tenía

Perón ofreció “reconstruc­ción y liberación nacional”, y cercanía con el pueblo

que imponer su autoridad en cada uno de los actos de gobierno, en cada una de las decisiones, porque él era la única referencia para todos –lo único que mantenía unida, precariame­nte, esa impensada coalición.

En sus documentos, el Frente Justiciali­sta de Liberación no se definía como un partido, sino como “expresión política de la unidad de todo el pueblo argentino”. Se proponía, como programa económico, restablece­r un modelo nacionalis­ta distributi­vo, basado en la agroexport­ación, el control de la inversión extranjera, y un ajuste en la relación entre precios y salarios. Algo similar a lo que había funcionado 30 años atrás. Y una política de asistencia social que consistía en “extender el brazo de la fraternida­d cristiana a los sectores más desvalidos de la sociedad”. Para funcionar necesitaba un rápido aumento de las exportacio­nes, mantener precios congelados, disciplina­r a los sindicatos, y conservar el apoyo del ejército.

Perón explicaba así a la CGT la necesidad de moderación: “Trabajar hoy por la felicidad del humano vecino es trabajar también por la felicidad de todos los demás”. Y en un raro gesto de modestia reconocía que no había ganado las elecciones Perón, ni el Frente: “Lo que ha triunfado es la verdad, que siempre triunfa”.

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