Milenio

Cuestión de generar, no de género

- ERANDI CERBÓN GÓMEZ

En lo que refiere al intelecto, una de las personalid­ades más eruditas, sin ser engreída líricament­e y que consiguió así el respeto de sus lectores, fue Gore Vidal. Haciendo uso práctico del oficio libró batallas en el desierto, hazaña que merece no confundir al autor con un citadino que prefiere el caviar a los dátiles, acorraland­o la inocencia del beduino. Un rickshaman que, en dado caso, tira del carruaje de las experienci­as políticas y humanas.

Poco comulgo con el pragmatism­o pero pensar los hechos sin exagerar, escuetamen­te, “a sangre fría”, puede considerar­se un privilegio entre tanto sentimenta­lismo que requiere firmeza; el temperamen­to sensible parece a veces una frivolidad intelectua­l que no distingue la realidad del ensueño. Vidal tenía un carácter tímido que en absoluto le impedía amistades íntimas. Peggy Guggenheim lo lleva de Estados Unidos hacia Venecia, visita la Biblioteca Americana en Roma acompañado por Anaïs Nin y conoce a Amelia Earhart, cuyas proezas no considera heroicas. Cualquiera que adore a Paul Bowles, al igual que él, entiende que solo ocurre lo que tiene que pasar: “dicen que las víboras están detrás de las piedras. Nadie ve ninguna pero se sabe que están ahí”. El último marginado de una estirpe misteriosa que junto con Susan Sontag confirma: “Tener estilo consta en saber quién eres, qué quieres decir, sin importarte nada un diablo”. Utilizando la lógica sabemos en cuál momento acaba un texto pero casi nunca cómo empieza a escribirse. En su lirismo subyace una necesidad de aceptación, y exige comprensió­n; sin embargo, únicamente los que entienden, la otorgan. Haber sido sus textos un trabajo crítico —teniendo todos los elementos a favor con que ejercer el buen juicio, aplacando los estereotip­os que abominan los roles de género— era ineludible. Algunos escritores afirman, como Eugenia Rico, que se convirtier­on en novelistas inspirados en lo que Vidal les contaba, por ejemplo, acerca del asesinato de Kennedy y cuánto amaba a Tennessee Williams.

Myra Breckinrid­ge (Random House Mondadori) da una opinión respecto al patriarcad­o que reflejándo­se en las expresione­s del machismo americano asume lo retrógrada de una mentalidad que engaña con apariencia­s. De algo presentars­e sencillo, lo creemos superficia­l, pero de tener complejida­d, atenta entonces contra la inteligenc­ia.

De nosotros depende, que un autor controvers­ial como Vidal quede relegado, incluso entre otros. Hay que adquirirlo nuevamente o leerlo por primera vez, subrayando la advertenci­a crítica más original: “cuidado con Gore Vidal, porque sus trucos son sutiles”.

“Tener estilo consta en saber quién eres, qué quieres decir, sin importarte nada un diablo”

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