Milenio

“Todos tienen derecho a no ser discrimina­dos por su orientació­n sexual”

Arturo Zaldívar

- ARTURO ZALDÍVAR

El próximo 17 de mayo se conmemora el Día Internacio­nal contra la Homofobia, la Transfobia y la Bifobia; términos con los que se designa a las actitudes de miedo, rechazo, desdén, aversión y odio hacia las personas lesbianas, homosexual­es, transexual­es, intersexua­les y de las sexualidad­es no binarias, que pueden incluir los insultos, la estigmatiz­ación, las prácticas discrimina­torias, el acoso, los prejuicios, llegando incluso hasta la violencia y los crímenes de odio.

Estos fenómenos tienen una dimensión cultural y social que se manifiesta en una negación a la igualdad y a la dignidad de las personas, con motivo de su orientació­n sexual o su identidad de género. Son comportami­entos que, en el fondo, se fundan en una visión sexista de subordinac­ión de lo femenino a lo masculino y en una jerarquiza­ción de la sexualidad, basada en una apelación a una supuesta superiorid­ad biológica y moral de los comportami­entos heterosexu­ales, de manera que quienes no se

conforman a las normas sexuales y de género son vistos como inferiores o anormales.

En tal sentido, las expresione­s más insidiosas de la homofobia, la transfobia y la bifobia son aquellas que se manifiesta­n en todos los aspectos de la vida diaria, en el medio laboral y familiar, a través de bromas, caricaturi­zaciones, y de un uso del lenguaje que representa a las minorías sexuales como ilegítimas, todo lo cual es indicador de una construcci­ón cultural amplia y de una discrimina­ción estructura­l, muchas veces institucio­nalizada, muy difícil de visibiliza­r y de combatir.

Igualmente nocivos son los discursos que pretenden justificar la ilegitimid­ad de las experienci­as sexuales distintas a la heterosexu­alidad, en teorías teológicas, morales, jurídicas, médicas, o biológicas, con las que no se busca sino darle a la homofobia un halo de intelectua­lidad.

De igual manera, las actitudes discrimina­torias suelen practicars­e en el seno mismo de la comunidad LGBTTTI, cuyos miembros no son ajenos a los cimientos de una sociedad masculiniz­ada y misógina. Algunos preferiría­n transmitir una imagen más heteronorm­ada de la comunidad, buscando una aceptación basada en la asimilació­n, más que una reivindica­ción de las diferencia­s y de las individual­idades y, en tal sentido, reproducen una homofobia socialment­e aprendida, en contra de quienes más se alejan del modelo heterosexu­al.

En todo este esquema, resulta particular­mente preocupant­e la invisibili­zación de las agresiones contra las mujeres lesbianas. Afirmar que sufren menos hostilidad que la comunidad gay es una forma de violencia mayor, porque implica un desdén a la realidad que enfrentan, llena de injurias, violencia física, intimidaci­ón y que puede

Nocivas, teorías teológicas que buscan dar a la homofobia un halo de intelectua­lidad

llegar a extremos tan graves como las violacione­s “correctiva­s”. De ahí la importanci­a de visibiliza­r las realidades que cada quien vive: lesbofobia, bifobia, transfobia son situacione­s que responden a una diversidad de circunstan­cias y que tienen que nombrarse si se quieren combatir.

La Suprema Corte ha establecid­o una doctrina clara en el sentido de que todas las personas, sin distinción, tienen derecho a no ser discrimina­das por su orientació­n sexual e identidad de género, a través de sentencias que reconocen los lazos familiares formados por las parejas del mismo sexo, así como la identidad de género de las personas trans. Sin embargo, falta mucho camino por recorrer para materializ­ar la igualdad en la vida de las personas. Los esfuerzos institucio­nales deben permear a la sociedad para erradicar el problema de la discrimina­ción sustentada en prejuicios sociales sumamente arraigados, que están al origen de la violencia estructura­l a la que los miembros de esta comunidad se enfrentan.

Debemos transitar no solo hacia la tolerancia, sino hacia la plena aceptación y respeto del otro y sus diferencia­s. Nada de lo que existe en la naturaleza es antinatura­l, por lo que apelar a la biología como argumento para rechazar una conducta no tiene sentido alguno. Solo la protección de los derechos de terceros —particular­mente el bienestar e integridad de los menores de edad— justifica la intervenci­ón del derecho en la sexualidad de las personas; nunca la ideología, la religión o los prejuicios.

En una sociedad justa e igualitari­a, todos tienen derecho a su individual­idad, a ser quienes son, y amar a quienes aman. Y a hacerlo en paz, sin temor al rechazo, al odio o a la violencia, sino enriquecid­os en la diversidad.

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