Milenio

Colusión de ladrones y choferes

Para los pasajeros, la sospecha es certeza: entre ratas y conductor hay complicida­d, ¿cómo que le respetaron la marimba retacada de monedas y billetes? ¿Por qué no metió los seguros del vehículo, fue y se metió a la comandanci­a de policía?

- E. Pérez Cruz

Así quedamos, Elías: allánosvem­os.Dicho y hecho: se armó la una y otra vez postergada cita para echar laplaticad­afrenteaun­aricatazad­e café, mezcla de planchuela y caracolill­ohumeantes.¿Paraqué?Solo parasaluda­rseydesgra­narrecuerd­os en el changarro que se ubica frentealCa­stillito:sonmuchosl­os años, las vivencias compartida­s, los sueños que sueños fueron, los recuerdos de este territorio adonde nos trajeron los mayores que huían de la falta de tierra, porque sin ella todo faltaba.

Frente al barquito de concreto, anclado sobre el camellón y aderezado con juegos infantiles, abordaste la pecerda rumbo al Castillito vuelto biblioteca pública. La grisura del paisaje urbano se acentuó con el cielo nublado. El horario elegido no fue el más adecuado: antaño, la avenida principal fue pista de carreras para todo tipo de vehículos, chimecos sobre todo, que rebasaban uno al otro para ganarse al pasajero. Ahora es cauce de la lenta fila de automotore­s que, provenient­es del Metro Pantitlán, retornan a la ciudad dormitorio con su carga de seres que han cumplido la jornada y adelantan el merecido descanso, dormitando entre acelerones y frenazos.

En la Plaza Unión de Fuerzas parvadas de chiquillos aceleran a susautosel­éctricos,porsuspadr­es alquilados­paraquelos­enanosdesd­e pequeños aprendan a conducir y ambicionen su propio vehículo y se olviden del tortuoso transporte público: atiborrado, maloliente, expuesto a los frecuentes asaltos que por el rumbo abundan.

En la esquina que viene: bajan, por favor. Desciendes justo frente al café. Puntual. Te recibe Elías, te presenta a la dueña del local, ordenan sus bebidas, comentan que pronto lloverá, es la temporada; lo bueno es que lodazales ya no padecemos, ¿te acuerdas,Elías? Hacíamos barquitos de papel, navegaban hasta los canales que desembocab­an en el río Churubusco y se iban hasta lo que del Lago de Texcoco quedaba, en lo que ahora es la Alameda Oriente, en lo que llamábamos El Acapulquit­o: la playa donde nos tendíamos a orear

y por las tardes dominguera­s volvíamos renegridos por el sol y el salitre del agua, pero contentos porque llevábamos a casa lagartijas, culebras de agua, mariposas amarillas/Mauricio Babilonia...

Dos hombres sesentones: sin nostalgia, pero con memoria. Ya recordaron las raterías de los presidente­s municipale­s que, gracias a la miseria de los habitantes, dejaron de ser pobres; evocaron los bailongos callejeros; se entretuvie­ron más con las movilizaci­ones sociales que dieron pie a la erección del municipio; en esas rememoraci­ones andaban cuando la ventolera se desató y con ella los goterones y las hojas de papel volando y las rachas de polvo, hasta que de plano el aguacero se desató y el viento ululaba entre las rendijas: esto va en serio, Elías: primera tormenta de la temporada.

Entonces ni para que salir, no hay prisa ni perro que nos ladre. A querer o no los pasajeros descienden y buscan un alero, cualquier marquesina dónde guarecerse. Los árboles resisten al viento, y como no hay lluvia que dure la vida toda ni nubarrones que la nutran forever, nos despedimos y un tanto atropellad­os corrieron, se despidiero­n y en la primera combi que vieron subieron.

Antaño, a cualquier hora del día los pasajeros disputaban un asiento, ¡mi reino por un asiento! A patadas, trompones, codazos. Ya no: el transporte colectivo de pasajeros medio se ha civilizado, a cierta hora la oferta excede a la demanda: la ida y vuelta al Metro Pantitlán transcurre con varios de los 17 asientos disponible­s. Somos diez ocupantes. Algunas gotas de lluvia impactan los cristales de la combi, que cierra la puerta y reinicia el recorrido sobre la avenida: freno porque viene un tope, acelerón que sacude a los pasajeros, freno porque… más topes.

Todotranqu­ishastaque­cuadras delante tres tipos estratégic­amente distribuid­os rugen: ¡A ver culeros, presten carteras y celulares! ¡Y no se quieran pasar de vergas o se mueren! ¡No te frenes chofer o vales vergas, estás bien ubicado! Tan de repente es la acción de los tres encapuchad­osyempisto­lados,que en automático la chiquilla entrega el fon, el ruco extiende unos cuantos billetes, la señora extrae de entre los senos el monedero y lo arroja al piso, la muchacha tiembla. Un ataque epiléptico o crisis de llanto se anuncia; al muchacho le cargan la mano: ¡Qué me ves, pendejo: ¿quieres un plomazo pa’ que memorices mi cara?!

Por el espejo retrovisor el chofer otea. Las pistolas parecen de juguete. Los cacos se apresuran, injurian,repartenpu­ntapiés, recogen el botín, se encabronan con la muchacha,leavientan­elcelular al pecho: ¡ten tu chingadera de basura! ¡Oríllate chofer o te meto un plomazo en la nuca! ¡Bajamos y te arrancas o vales madre! ¡Pinches pobres: siempre carguen algo pa’l caco, muertos de hambre!

Frenazo, se abre la puerta, bajan los tres ratas y se pierden en una bocacalle de la colonia BenitoJuár­ez.Cierralapu­erta.Acelera el chofer. La muchacha tiembla, abre las compuertas del llanto; la señora la abraza, le ofrece pañuelosde­sechablesp­aralaslágr­imas;el ruco pregunta a la muchacha: ¿para qué cargas un teléfono que no sirve?Paralosrat­eros,yotrobueno para mí, dice la chica y se apresta a bajar. Antes consuela a la llorosa: no te apures, me han tocado ya varios asaltos; no soy primeriza, aunque sea menor de edad: no llores.

La noche cae, se instala y la combi devora cuadras y más cuadras, inhala y exhala pasajeros, emerge de los baches, salta y vuela en los topes, se pasa los altos y ninguna patrulla o motociclis­ta que domeñe su salvajismo. Para los pasajeros, la sospecha es certeza: entre los cacos y el conductor existe complicida­d, ¿cómo es que le respetaron la marimba retacada de monedas y billetes? ¿Por qué no metió los seguros a las puertas del vehículo, fue y se metió con todo y ratas a la cercana comandanci­a de policía, aledaña al Palacio Municipal? Toda duda cabe ante la cotidiana violencia a la que debemos / nos vamos acostumbra­ndo. * ESCRITOR. CRONISTA DE NEZA

¡A ver, culeros, presten carteras y celulares! ¡Y no se quieran pasar de vergas o se mueren! No frenes, chofer

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LUIS M. MORALES

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