Milenio

López Tarso.

“Aún siento nervios en el escenario”

- ISABEL HERNÁNDEZ MEDEL CIUDAD DE MÉXICO

Cuando inició su carrera artística, la televisión aún no existía. Valle de Bravo, donde vivió en su juventud, era un pueblo perdido; todavía no se contemplab­a la categoría de película extranjera en los premios Oscar y México estaba saliendo de la guerra.

Ignacio López Tarso (Ciudad de México, 1925) confiesa con orgullo que tiene 71 años de carrera artística y que muchas cosas importante­s en su vida fueron producto de la casualidad.

¿Qué no conocemos de usted?

Mi vida íntima, yo no hablo de ella, ni de religión ni de política.

¿Cómo llegó a ser actor?

Por casualidad. A los 12 años vivía en Valle de Bravo, que entonces era un pueblo metido en la sierra, y de Toluca a allá se hacían ocho horas, no había carretera; ahí hice la secundaria, era todo lo que había, por eso después fui al Seminario de Temascalci­ngo y participé en una obra de teatro que hicimos para el pueblo. A los 18 años me dijeron que ya no podía seguir, porque no tenía vocación, y le dije a mi mamá: “Es lo que yo te había dicho”, porque ella era la más entusiasma­da en que fuera sacerdote.

¿Y qué hizo?

En ese época estábamos en guerra, así que dije: “Tengo la obligación, como mexicano, de hacer mi servicio militar” y me salió la bola blanca. En ese tiempo los conscripto­s vivían en un cuartel, a los tres meses de estar ahí ya era cabo, a los seis meses era sargento primero y a los nueve subtenient­e; el comandante de mi batallón me preguntó si quería hacer carrera militar y le dije que no.

¿Sin vocación religiosa ni militar, a qué se dedicó a los 19 años?

Me fui de bracero; fui a Merced, California, ahí me caí de un árbol de una altura de ocho metros, me fracturé la espina vertebral; desperté en el hospital, pero creí que había llegado al cielo, porque había una rubia hermosísim­am irán dome ,¡ con unos ojos azules! Miss Paige, me enamoré de ella.

Al mes y medio me dieron 20 dólares, me pusieron un corsé de yeso y me regresaron a México en un tren de tercera clase. Llegué a Buenavista, entonces vivíamos ya por la Villa de Guadalupe, y me fui caminando hasta allá, no tenía nada de dinero; casi llegaba a la casa cuando me ve mi hermano y me grita “¿Ignacio, eres tú?”, me abraza y nos pusimos a llorar.

¿Cómo se recuperó?

Mi papá era empleado de correos, me llevó al sanatorio de comunicaci­ones, ahí me operaron y tuve que aprender a caminar. Antes de la operación estuve ¡ocho meses acostado bocarriba, sin moverme! En la noche me amarraban. Me acercaron un radio y empecé a conocerlam­úsica sinfónica, la ópera. Un día me cayó un librito de poemas de un tal Villaurrut­ia, me gustó muchísimo y pensé: “Quiero conocer a este señor”.

¿Lo logró conocer?

Yo tenía 23 años y ya vivía con una señora, no me casé pero ya vivía con ella. Un día leyendo un periódico había una nota: “Xavier Villaurrut­ia, maestro de teatro en Bellas Artes”. Cuando volví a caminar fui a buscarlo. Entré a su salón, voltea, me ve y me dice: —¿Tú qué?, —Traigo su libro para que me lo firme, —Déjalo ahí, y nunca me lo firmó.

—¿Qué haces? —me preguntó. —No tengo nada qué hacer. — Entonces quédate y luego me dices si te interesa —. Mi familia me dijo “allá tú, haz lo que te dé la gana”. Dije que sí. Sus alumnos se ponían celos de mí porque me ponía más atención y así llegué al teatro. Pero el maestro se murió dos años después, nunca me vio trabajar profesiona­lmente.

Debuté en 1948 en Bellas Artes, fui Macbeth, Lady Macbeth fue Isabela Corona, la mejor actriz de la época. Cuando terminó el debut la gente gritó: ¡López Tarso!, ¡López Tarso! El cine me gusta también, en 1960 Hollywood, por primera vez, anunció la categoría de la Mejor Película Extranjera y

Macario, una película que me llegó por casualidad, porque era para Pedro Armendáriz, fue nominada al Oscar ese año.

Hice papeles tan variados como el de Cri Cri y un día que iba saliendo con Francisco Gabilondo Soler de la W, unos niños corrieron hacia nosotros y me dijeron: “¡Dame un autógrafo!”. “Él es el verdadero Cri Cri”, respondí, pero dijeron: “¡Nooo!, tú eres”.

¿Y cómo se mantenía cuando estudiaba teatro?

Yo tenía un tío, secretario general del PRI, José López Bermúdez, me hizo su asistente, ahí conocí a Adolfo López Mateos; cuando él ya era presidente y yo actor, me lo encontré cuando inauguró el Teatro Hidalgo y me dijo: —¿Cómo? ¿Qué tú no eres del PRI? —Sí, soy del PRI, pero soy actor —respondí. Después nos hicimos amigos.

¿Cómo define su experienci­a en la política?

Muy rica. El PRI me ofreció una candidatur­a y me fui a hacer campaña, yo ya había hecho para entonces y llegaba a las casas ricas, me abrían y me decían sorprendid­os: “¿No es usted el general...?”. Ja,ja,ja, sí, pero ahora quiero ser diputado, expliqué. Senda de gloria

¿Qué está leyendo?

Ya no leo, me canso mucho, porque no me es suficiente con los lentes, uso una lupa, pero me leí todo Julio Verne y a Alejandro Dumas.

¿Qué le falta por hacer?

Teatro, me falta seguir haciendo teatro. El 5 de julio voy a estrenar la obra La vida en el teatro, me acompañará mi hijo Juan Ignacio, y la combinaré con presentaci­ones de El cartero, aunque aún me pongo nervioso y si no siento nervios los provoco, ese motor es muy bueno para el actor, aunque tengas 71 años de práctica.

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ESPECIAL “Pasé ocho meses acostado bocarriba antes de que me operaran de la columna vertebral”.
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El maestro López Tarso ya no lee porque se cansa e incluso usa una lupa, pero conoce toda la obra de Julio Verne y de Alejandro Dumas.

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