“En justicia habrá que decir que las narcoseries no tienen la culpa”
Funciona en cualquier lugar y en cualquier circunstancia, pero supongamos que en esta ocasión van en un avión en picada con los cuatro motores en llamas. Ahí los tiene usted: un alemán, un francés y un mexicano. En medio de la apremiante situación descubren que solo queda un paracaídas y entonces el alemán se levanta y dice… No, no le voy a contar lo que dice el alemán porque, aun antes de que le diga, usted ya lo intuye. Casi puede ver al alemán de pie, lo escucha. De la misma forma en que también se imagina a los otros y presiente por qué el mexicano está al final. ¿Sonríe? ¿Sabe usted por qué funciona? Porque esta historia se construye a través de
estereotipos. Y, a pesar de su mala fama, los estereotipos siempre tienen una dosis de verdad. Así que no voy a preguntarle quién se queda con el paracaídas, usted ya sabe. Tampoco quién era el perfeccionista diseñador de autos, ni siquiera quién era el chef de tan buen gusto, mi pregunta es cuál de los tres es el narcotraficante. La respuesta es la que no le hace la menor gracia a nuestro canciller.
“La imagen de México que se ve en el mundo son las series de narcos”, dijo molesto el canciller en un foro de turismo. “No nos hace justicia. México tiene que promover otros guiones”, concluyó. De lo que en el fondo hablaba la semana pasada el canciller era de la Marca México. Esa que junto a la Marca Alemania y a la Marca Francia peleó por el paracaídas del avión en llamas. Marcas que, como tantas otras, también pelean por turistas, inversiones y reputación.
El primero en aplaudir al canciller fue el secretario de Turismo. Curioso gesto siendo que todos los recursos que el funcionario tenía para tal encomienda se los canceló el Presidente para destinarlos a la construcción del Tren Maya.
En justicia habrá que decir que las narcoseries no tienen la culpa. Si así fuera, qué sería de la imagen de Estados Unidos siendo que la película favorita de su historia en todos los rankings de prestigio es El Padrino, la saga
Apesar de su mala fama, los estereotipos siempre tienen una dosis de verdad
de una familia de narcotraficantes, pero vestidos de smoking y con subtítulos. Y la serie favorita de todos los tiempos en Netflix es Breaking Bad, la narcoserie de un maestro de química que se convierte en fabricante de metanfetaminas, considerada una obra maestra; para algunos tan solo superada por Los Soprano, la primera narcoserie de la historia.
¿De qué sirve censurar a una escotadísima narcotraficante en tacones que se bate a balazos por un cargamento de cocaína si Trump revive la historia con una serie de tuits sobre una redada de “bad hombres” que para él no son más que “violadores y narcotraficantes”?
Cierto, las narcoseries no pueden ser el único producto cultural mexicano. ¡Y no lo son! El problema es que a toda la oferta cultural nacional se le ha cortado el presupuesto. Todo se considera vano, superfluo, fífí.
Frente a la realidad, el estereotipo y aun frente a Trump, es imperioso proponer una narrativa alterna. No se trata de una serie, sino de un producto cultural robusto, variado y de calidad que refuerce la imagen de Marca, recupere nuestro prestigio y compita con las marcas del mundo. De lo contrario, tarde o temprano nos encontraremos sentados en un tren en donde viajarán un chino, un gringo y un mexicano. Un solo mexicano.