Milenio

La envidia y otras formas de ver

- PAULINA RIVERO WEBER

Aquí la envidia y la mentira me tuvieron encerrado. Dichoso el humilde estado del sabio que se retira de este mundo malvado y con pobre mesa y casa en el campo deleitoso con solo Dios se acompasa y a solas su vida pasa, ni envidiado ni envidioso”. ¿Será que, desde tiempos tan lejanos, este poema de Fray Luis de León aún tenga algo que decirle a la sociedad del siglo XXI?

¿Qué es la envidia? Spinoza, quien sabía de emociones, la consideró un tipo de odio: aquel que lleva al individuo a sufrir con la felicidad del otro y a gozar con su mal. Existen diferentes tipos de envidia, desde la sensación de querer para uno mismo lo que el otro tiene o lo que el otro es, hasta el deseo de exterminar al que tiene o es lo que se

Un remedio es verse a uno mismo, contemplar y valorar lo que se tiene en lugar de ver a otro

anhela, pero hay un factor común en toda la envida y lo encontramo­s en las palabras que designan la acción de ver, envidiar es in-videre: introducir, meter la mirada adentro de algo.

El que envidia no se observa a sí mismo ve al otro, pero solo lo ve al introducir­se a él mismo en un punto de vista fijo; ve solo una parte del otro y no conoce los calvarios del sujeto que envidia; conoce las ramas del árbol, no las raíces atrapadas en la oscuridad; los efectos, no las causas. Quizá si conociera los caminos que tuvo que andar aquel a quien tanto envidia no sentiría ésto.

Un remedio para la envidia es regresar la mirada a uno mismo para contemplar y valorar lo que se tiene y lo que es en lugar de ver a otro: la introspecc­ión. Ver hacia dentro de nosotros y permanecer ahí, ni envidiosos ni envidiados, en el mero contento de sí, aquello de lo que hablaba el sabio fraile agustino.

Pero cuando algo brilla de tal manera que resulta imposible apartar la vista, en lugar de envidiar, se puede optar por admirar: posar la mirada sobre aquello que reluce sin quedar fijo en ello.

Esto puede llevarnos a reconocer el brillo de otros, aceptando que se ve una parte deslumbran­te de lo que esa persona es; faltaría conocer sus infiernos.

Todas esas emociones son formas de observar que alimentan o dañan al que ve, no al que es visto. La envidia existe por los ojos con que se mira, no por el objeto que ven. Se envenena el envidioso, no el envidiado.

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