Milenio

Estación Finlandia

- FERNANDO ESCALANTE GONZALBO

Estamos otra vez a vueltas con la educación. Discutir se discute poco, afortunada­mente: el tema aparece en titulares de manera intempesti­va, fugaz, sobre todo como amago —y a otra cosa. Ya nos hemos acostumbra­do, y acaso sea bueno: a los asuntos del país no se les dedica más tiempo de atención que el de un ciclo de noticias, el gobierno quiero decir, y con frecuencia ni eso, porque hace falta otra declaració­n para el noticiero de la noche, para dar esta sensación de cambio trepidante.

Se trata de hacer un censo, ahora sí, acabar con los aviadores, emprender una reforma, ahora sí, y el tema pasa a

la Cámara, y se pone en escabeche, para cuando haga falta intimidar a alguien. Entre los diputados hubo quien propuso el modelo de Finlandia, que es lo primero que se les ocurre a los que quieren reformar la educación, en todas partes, desde hace 20 años.

Poner a los países nórdicos como modelo es una inercia. En la guerra fría el elogio de Suecia era una forma segura de no tomar partido, estar contra Estados Unidos sin estar contra Estados Unidos, parecía una especie de Europa más europea, el futuro posible, con lo mejor de los dos mundos. Por eso no hace falta pensar mucho para decir que queremos un sistema de salud como el de Dinamarca, una seguridad social como la de Suecia y ahora también una educación como la de Finlandia: sueco, danés, noruego no son términos de referencia, sino superlativ­os.

El documental de Erik Gandini obliga a plantearse preguntas muy incómodas, pero para nosotros fundamenta­lmente teóricas. El problema con la educación es que se puede tratar de emular el modelo finlandés.

Desde hace 20 o 30 años hay en todo el mundo una verdadera obsesión con la educación: para mantener la ilusión de la movilidad, para restaurar un poco la marquesina de la meritocrac­ia. Y cada vez que alguien llega de nuevas al tema echa mano de los resultados de PISA, y ahí está

Queremos salud como en Dinamarca, seguridad social como en Suecia y ahora educación como en Finlandia

Finlandia, con los mejores resultados en los exámenes de 2003 y 2006. El modelo, además, es irresistib­le: una educación no autoritari­a, absolutame­nte descentral­izada, con autonomía de los centros educativos, una educación centrada en el alumno, sin exámenes estandariz­ados, con pocas horas de clase, con poca o ninguna tarea. A cualquiera se le antoja decir que eso funciona.

El problema es que el acenso del nivel educativo de Finlandia había sido anterior, producto de un modelo muy distinto: un sistema educativo vertical, centraliza­do, cuyo fundamento era la autoridad del maestro —reforzada por el lugar de los maestros en el proceso de construcci­ón nacional, y por la persistenc­ia de una cultura tradiciona­l hasta casi el fin de siglo. Todo eso, y la acelerada modernizac­ión, y el crecimient­o económico, que en todas partes inspiran un ánimo optimista, enérgico, expansivo. Se impuso entonces el nuevo modelo educativo. Y en los resultados de PISA se deja ver el “efecto de la riqueza”, es decir, un ascenso y después una caída en el desempeño escolar. Entre 2000 y 2012 los resultados PISA de Finlandia cayeron casi 50 puntos.

Ya sé que no se trata de la educación. Comoquiera, a lo mejor Finlandia no es modelo. A lo mejor no hay modelo.

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