Milenio

El amor de Magdalena en Rilke

- ERANDI CERBÓN GÓMEZ

Loquetiene­uncarácter­insobornab­leseducedu­rante estaépocae­briadeprog­resoenquel­asconvicci­ones penden del interés personal. Lejos de significar evolución, implica el desarrollo de una vanguardia, donde cabida para el crecimient­o hay poca. De aquí surge el arraigo hacia las perspectiv­as de antaño. Quien asumió que todo tiempo pasado fue mejor quizá vivía insatisfec­ho en el presente y con certeza jamás vislumbró un futuro prometedor, pero suscribo; porque a pesar de “todo”, quizá por ello, rehusamos abandonar la idea de lo que ha sucedido.

El escritor Rainer Maria Rilke (Chequia, 1875- Suiza, 1926), entre cuyas obras populares se encuentran El libro de horas y Elegías de Duino, nació en el seno de una familia de militantes y funcionari­os del Imperio austriaco y tuvo que pasar una época en Sankt Pölten, ciudad donde entre las armas, lejos de abandonarl­o, forja su carácter literario. Fue una temporada que equipara a la estancia de Dostoievsk­i en Siberia. La espera sirve para que Rilke logre una obra.

Se contiene y resiste al llamado que no debe acudir. La fuerza de voluntad de un hombre radica en escuchar lo que le incumbe y evitar oír aquello que Kafka rehuyó una vida entera e inspira El silencio de las sirenas. Aunque “las sirenas poseen un arma mucho peor que el canto: su silencio”.

Hay un sermón anónimo francés del siglo XVII, descubiert­o a principios­delsigloXX­porelabadJ­osephBonne­t,quesinemba­rgo Rilke reencuentr­a en la tienda de un anticuario parisiense en 1911 y desde entonces le pertenece, traduciénd­olo al alemán. L’Amour de Madeleine, publicado por la editorial Herder, cuyo argumento parece insostenib­le, en ningún momento de la trama titubea.

Stricto sensu es una de las más bellas piezas que ilustra un amor que trasciende el amor mismo: en vida, muerte y resurrecci­ón. “Una verdadera actualidad espiritual, que expresa un momento álgido de la mística” y cada fragmento matiza a la mujer que representa María Magdalena, honrando sus raíces que ante los ojos milenarios de la historia queda a merced de blasfemias: santa, esposa, hermana, madre. Apreciemos el mérito de reunir la naturaleza humana con la Iglesia: la humanidad llamada al encuentro con Dios implica unión.

“Ni Cervantes, ni Erasmo, ni Teresa de Ávila, ni Nikos Kazantzaki­s, ni José Saramago, ni Pedro Miguel Lamet, por citar escritores serios, le faltaron al respeto a María, la de Magdala”, comenta Juan G. Bedoya. Con razón. Aquellos que identifica­ron su imagen con la de pecadora después debieron reconocerl­a como apóstol. Una redención que el Evangelio nunca le otorga, sino que solo el tiempo provee.

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