Milenio

Lágrimas, reclamos y ambiente de happy hour

- JUAN ALBERTO VÁZQUEZ NUEVA YORK

Aunque apenas eran las nueve de la mañana, parecía que una

happy hour había asaltado la sala del juez Cogan.

En ese ambiente de graduación en un pub irlandés en viernes por

tarde, los fiscales “ganadores” del caso parloteaba­n de temas diversos con colegas y amigos, sin excluir de su jolgorio a los abogados defensores del acusado más célebre que ha tenido esta corte.

El ensayo de una fiesta de fin de cursos halló un dique con el ingreso del juez Cogan, un minuto antes de que lo hiciera el Joaquín Guzmán Loera más golpeado que conocimos en Brooklyn. Resignado, quizás, con un pésimo corte de pelo y de vuelta a su tradiciona­l bigote, saludó a su mujer de la única forma que le es permitida: levantando la mano y después tocándose el pecho a la altura del corazón.

El abogado defensor JeffreyLit ch man comenzó con un festín de reclamos a Cogan, a quien recordó su in decisión para repetir un juicio “manchado en su debido proceso”. Ya no tan teatral, evitando esta vez que el rubor de sus mejillas lo delatara, el litigante dio paso a un momento insólito que se sumó a la colección de los muchos vivido sen esta corte en los meses recientes.

“¿Quiere que me pare o sentado?”, preguntó Guzmán Loera al juez al pedirle permiso para decir unas palabras que llevaba escritas en una hoja de papel. El regordete magistrado le recomendó permanecer en su asiento para facilitar la lectura y desde ahí El Chapo se convirtió en compositor de tangos: “Aquí no hubo justicia...”, “han sido 30 meses de tortura...”, “me duele la cabeza, los oídos, la garganta y la nariz...”, “Estados Unidos no es mejor a otros países corruptos”.

Obvio que esta última demostraci­ón de fuerza en la vida criminal de un líder en desgracia encendió el ánimo de los fiscales, que no se iban a quedar con su golpe y, para extender la idea de que efectivame­nte había hora feliz, dieron paso al 2x1 en quejas y denuncias. “Su señoría, queremos llamar a una víctima más del acusado, su nombre es Andrea Vélez”.

Por si le faltara drama al cierre

del proceso, llegó eleganteme­nte ataviada la ex colaborado­ra de Guzmán, quien en sus buenos tiempos elegía a las mejores en su agencia de modelos para enviar a altos mandos militares mexicanos que cada miércoles hacían fiesta para celebrar que se hallaban en la cúspide del poder.

“Soy un milagro de Dios”, inició Vélez, como para que todos pararan de sufrir. Y a partir de entonces la voz se le quebró y las lágrimas ya no dejaron de manar al centro de su cara sin venir ella preparada para la ocasión, con algo parecido a un pañuelo.

Así como ElChapo supuestame­nte quemó vivos a unos y enterró aún cuando respiraban a otros, los fiscales parecían ignorar el hecho de que traer a una nueva testigo en el momento que la sentencia de Cogan a life (cadena perpetua) estaba lista hablaba peores cosas de ellos que del mismo acusado.

“El gobierno y la fiscalía me rescataron del infierno”, continuó la colombiana interpreta­ndo a la perfección el papel que la puede llevar, sino a la fama, sí a la libertad condiciona­l en EU. “Él dio un millón de pesos a los HellAngels para que me mataran”, acusó mientras El

Chapo decidió soslayarla y miró al techo, y ensayó los últimos revires a la magna figura de su mujer, la cual, por cierto, se volvió a retirar de la corte en medio de guaruras y camarógraf­os que le preguntaba­n de todo a sabiendas que nunca responde nada.

“Sé que ustedes me enviarán a una cárcel para que no se vuelva a saber de mi”, dijo el otrora poderoso líder del Cártel de Sinaloa en su serie de reclamos.

Era tal el desconcier­to mostrado el día de su sentencia a cadena perpetua, que en la cabeza de Joaquín Guzmán Loera ya no cupo el dato de que, por las peores causas, él ya es alguien inolvidabl­e.

“Aquí no hubo justicia, han sido 30 meses de tortura”, dijo Guzmán Loera

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