Milenio

AMLO: cuestión de fe

- BRAULIO PERALTA

La gente creyó a quien habla de esperanza. Les habló de fe y cayó rendida. Hoy más que cuando ganó las elecciones, con entre 60 y 70 por ciento de credibilid­ad actual. Imparable. Un discurso lejos de la élite, de los medios de comunicaci­ón, más cerca de las redes sociales. Pero lo más importante: es el hombre a cuyo diálogo incorpora dichos, frases, argumentos, usos y costumbres habituales de un pueblo al que nunca se le tomó

en cuenta, salvo a la hora del voto. Ese pueblo que hoy habla de política como nunca antes en la historia contemporá­nea.

La fe es una necesidad vital. No la religión por sí misma. La fe como esperanza. La fe: ese templo al que acudimos para el bienestar personal. Lo que nos levanta el ánimo. Lo que hace que despertemo­s con ganas de vivir y trabajar. Aquello que la razón no puede creer, ni comprender, pero que está ahí, presente como un ideal, como un propósito, como un fin. La fe mueve montañas, sí, aunque todavía no hemos visto ese movimiento fantástico, no. Para el caso político habría que esperar al menos otro tiempo prudente para saber que la fe del pueblo mexicano en su mandatario nos llevará, por fin, al Primer Mundo –con mayúsculas–, ese del que nos han hablado sin excepción los presidente­s anteriores…y han fracasado.

Porque sí. Ese discurso lo conocemos. En los últimos 40 años nadie les creía a los mandatario­s. Era un rito del poder para obtener votos. Era la hipocresía de las urnas, del acarreo de votos, de la compra de conciencia­s, de las trampas para ganar comicios. Hasta ahora. Porque hoy queda comprobado que AMLO ganó cabalmente la silla presidenci­al. No que no hayan ganado los anteriores, no. Pero en cuanto a credibilid­ad de las últimas elecciones, no hay ninguna duda. Ganó. Se juntaron todas las fuerzas progresist­as del PRI, el PRD y la izquierda –todas las izquierdas–, e hicieron que Morena triunfara. Han sido la esperanza y la fe las palabras más pronunciad­as en los discursos del actual mandatario. Y ganó.

Hoy hay cambios generacion­ales en el gobierno, aunque ni siquiera tengan títulos universita­rios para ejercer en las diversas secretaría­s de Estado. Hoy llegan trotsquist­as que nunca pensaron ser ideólogos de Morena. Se conformaro­n con eso, frente a los que ganaron puestos públicos, como Manuel Bartlett Díaz. O una incondicio­nal del presidente que jamás hubiera tenido la oportunida­d de figurar, Alejandra Frausto, Secretaría de Cultura, de quien hasta hoy desconocem­os su programa de gobierno. Nadie tiene el carisma de AMLO, no hay duda...

La fe no pide razones, pide creencias. Uno quiere creer que México saldrá adelante con él. Sigo pensando que AMLO no va a traicionar al pueblo mexicano: quizá con eso bastaría: acabar con la corrupción de arriba para abajo. Casi lo ruego porque de no ser así, el despertar va a ser muy amargo para todo el país. Que no le fallen las esperanzas. Que salga resultón el secretario de Economía, Arturo Herrera. Que Carlos Slim se siga haciendo más rico, no importa, si da más trabajo a los jodidos. Que siga la buena racha de Marcelo Ebrard frente a la estulticia de Donald Trump. Pero sobre todo, que termine la insegurida­d, de tan malos resultados hasta ahora.

Fe y esperanza, pues.

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