Milenio

“No tengo hobbies, amo el desastre en escena y me da pánico la mediocrida­d”

El director de teatro estrenó su Triple Concierto, una competenci­a entre pianistas reales, y habla de su infancia en Satélite, donde tomaba clases de música desde la ventana de una academia porque no podía pagarlas

- JOSÉ JUAN DE ÁVILA

Director en todas las artes escénicas; músico, cantante, cineasta, terapeuta, Claudio Valdés Kuri confiesa estar en conflicto en cuanto a su entretenim­iento: nunca ha tenido un hobby, aunque practica yoga, cita el Kybalion, el tarot y se declara fan de las enchiladas verdes.

Solo siente pánico escénico ante la mediocrida­d, lo mal hecho, pero le gusta el desastre como tal en los escenarios, “esa cosa viva que da lo inesperado”; en ese sentido, nomás deja al azar el azar en sus montajes, como ese juego de botella de su reciente obra teatral.

En la entrevista muestra con orgullo el clavecín tipo espineta que se mandó construir y que ocupa un lugar protagónic­o en su casa, frente a una escultura regalo de Javier Marín— su colaborado­r en el oratorio de Arthur Honegger Juana de Arco en la hoguera—, que por azar revela igual austeridad cromática que el piso que le diseñó Francisco To le do: blanco y negro, como las teclas del piano o como el Y in y Yang que, paradoja, representa­n el todo.

Acaba de estrenar su Triple Concierto, una pieza escrita por él y Mónica Hoth que desborda el escenario del teatro Juan Ruiz de Alarcón del Centro Cultural Universita­rio, con técnicas incluso de documental de cine, sobre una competenci­a cuyos protagonis­tas son pianistas reales, artistas escénicos, más que actores, que se presenta hasta el 13 de octubre.

Durante su infancia en Satélite, Estado de México, el director de la compañía Teatro de Ciertos Habitantes tomaba clases de música a través de una ventana de la academia Doremi, porque no podía pagarlas (tal vez por ello en sus obras busque expandir el escenario, compartirl­o con el público); luego vinieron ahí 17 años de estudios de piano y teatro.

La gente común va al cine, al teatro, a conciertos, como entretenim­iento. Tú haces todo eso profesiona­lmente. Para ti, ¿qué es entretenim­iento?

Me vas a poner en conflicto. Yo nunca he tenido hobbies, nunca he hecho otra cosa que esto. Sí tengo que aceptar que me llena tanto y ocupa tanto de mi tiempo que no hago otra cosa; digo, fuera de mis hijos, a los que gozo muchísimo, mi gozo es hacer esto, sí me apasiona. Curiosamen­te, voy muy poco a otras manifestac­iones artísticas, por tiempo, no por falta de interés. Otro aspecto fundamenta­l de mi vida es mi crecimient­o interior: trabajo mucho en meditación, tengo un grupo de trabajo con el que he estado por años. El crecimient­o interior para mí es fundamenta­l, yo me formé también como terapeuta.

¿Qué tipo de terapeuta?

Terapeuta transperso­nal, con la intención de poder contener a los grupos de trabajo. No es lo mismo juntar un grupo entre semana que para un año de ensayos; hay que tener herramient­as porque los contenidos de mis obras cada vez reflejan más esa búsqueda del ser humano, van dirigidos más al individuo que a la sociedad. Si el individuo halla su armonía, su plenitud, los siguientes círculos van a acomodarse.

¿Eres del ex Distrito Federal?

Sí. Crecí en Satélite, cuando era el fin de la gran urbe, no había nada; era una vida entre el campo y la ciudad, una cosa muy interesant­e. Había una academia de música, que fundó Erika Kubacsek, y yo no tenía los medios para entrar, pero Erika vio a mi hermana mayor, Silvia, y la invitó a trabajar. Gracias a este acercamien­to yo iba y veía las clases desde afuera, a través de la ventana, hasta que se organizó un coro de niños y pude ingresar al coro, y me abrió una vida y un universo increíbles. Ya no salí de esa academia los siguientes 17 años, estudié teatro, luego formé un cuarteto de música muy importante en su tiempo.

“He trabajado en otros países, pero la efervescen­cia que me da México me nutre mucho”

Eugenio Caballero dice que no deja el país porque la ciudad es lo que más le inspira. ¿A ti qué te inspira fuera de los escenarios de música, cine, teatro?

También encuentro cierta similitud, porque he trabajado en otros países pero el nutrimient­o que me da éste es particular; la efervescen­cia y el color de esta nación me nutre muchísimo. Y no solo eso: hay en México una disposició­n muy singular al trabajo artístico y escénico, comunal, que no he encontrado o no existe en otros países, es decir, mis procesos duran meses, si no años, en ningún lugar del mundo los pagarían; entonces, se necesita gente con disposició­n. Hay una voluntad muy particular del artista mexicano a querer sacar lo mejor de sí mismo.

Sales mucho del país, a veces por largas temporadas, ¿qué es lo primero que quieres hacer cuando vuelves?

Comer enchiladas verdes. Aunque sea un lugar común, pero eso es tiro por viaje.

¿Qué es lo que te da más pánico escénico?

La mediocrida­d. Lo medio hecho, lo medio logrado en términos de un espectácul­o es lo que más me llega a molestar. Porque el desastre en escena, como tal, me gusta, esa cosa viva que da lo inesperado, el gran accidente. Que alguien no llegue por negligenci­a, eso me parece muy irritante, pero cuando ocurre algo, como en el estreno de Triple Concierto, que se rompió la pata de un piano, o lo que pasó en De monstruos y prodigios, que un caballo destrozó la sillería porque no hallaba por dónde salir, eso pone al intérprete y al público en otro nivel, porque no se sabe si estaba planeado.

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ARIANA PÉREZ “El artista mexicano tiene una enorme voluntad para sacar lo mejor de sí mismo”.

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